Duras
palabras, sobre todo si las pronunciaba después de conocer la distancia
que los alejaba, después de saber que él nunca volvería.
«No voy a olvidarme de ti. Jamás olvidaré aquello que sentí». No
sabía si llegaba a creérselo o no, el caso es que intentaría conservar
la esperanza, aunque solo fuese para sentirse ella mejor. Intentaría
dejar de llorar.
«A pesar de todo... te quiero». No
cesaba de derramar esas frías lágrimas que empapaban sus mejillas.
Lloraba por él, por no estar a su lado. Lloraba porque sabía que se
aferraba a tristes esperanzas que la llenaban de falsas ilusiones.
«Me gustaría no volverte a ver, pero no puedo... Estás presente en el fondo de mi mente, no puedo dejar de pensar en ti...». Era cierto, deseaba odiarlo y no podía. Era imposible...
«No quiero llorar más. Odio la distancia, la ignorancia... Llorar no sirve de nada, sólo empeora las cosas...». Y por eso ella se sentía tan mal, deseaba la muerte para así dejar el dolor. Le era imposible dejar de llorar...
«No te quiero... No te quiero». En
realidad él no estaba allí. Ella estaba sola, en el baño, mirándose al
espejo, mirando sus propias lágrimas, viendo su reflejo...
«Te odio, nunca te he importado de verdad. Ya estoy harta de todo, ¡harta de ti!». No se tragaba ni sus propias palabras. Estaba furiosa, pero seguía viendo su reflejo en el espejo, seguía viendo su rostro.
«Te quiero, no soy capaz de odiarte... Todo es culpa mía...». Se contradecía cada dos por tres; no estaba segura de lo que quería (o no quería darse cuenta de lo que quería realmente).
«No quiero olvidarte, no puedo hacerlo... Te amo». Quería dejar de mirar el espejo, pero no podía... Su reflejo estaba ahí, la hipnotizaba con la mirada.
«¿Por qué me ocurre esto? ¿Por qué todo es tan complicado?». Ya no sabía qué hacer para volver a sentirse bien. Estaba dispuesta a negar su amor, pero tan solo para no admitir la verdad.
«Te odio... ¡Te odio!». Pero no podía estar así más de un minuto. La cruda realidad asomaba pronto la cabeza.
«Te quiero... Aún te quiero». Sólo quería que él la abrazara, que la comprendiera mínimamente... y no era capaz de hacerlo.
«¿Por qué? ¡¿Por qué?!». A ese paso se iba a volver loca. Pronto empezaría a autoengañarse y a llevarse ella misma la contraria.
«¡No! No...». Pero luego recapacitaba y volvía a la realidad... Esa penosa realidad.
«¿Sabes
qué? Siempre te amaré. No puedo olvidarte, no soy capaz de no amarte...
Sé que nunca volverás, que ya nunca me querrás. Es duro para mí,
peeeero... La vida es así».
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