No sabía muy bien por qué, pero estaba feliz: la expresión de su rostro lo decía. Tenía
una mirada alegre, sin la humedad que la había cubierto durante años; y
unos labios ligeramente doblados: los extremos hacia arriba y el centro
hacia abajo. Tenía una radiante sonrisa que no se había visto en mucho tiempo. El
día nacía, el sol brillaba, el cielo estaba despejado, los pájaros
cantaban una dulce melodía... Todo era perfecto. Era un día imposible de
estropear.
Sarah era, aquel día, la chica más feliz del mundo. George
había decidido borrarla de su vida, olvidar los días que había pasado
junto a ella, eliminar su supuesta amistad... Y ella se sentía bien por
ello. Ya no tenía que estar pendiente de él, de que él fuera feliz.
Ya no tenía que preocuparse de su “amistad”, si es que a eso se le podía
llamar así.
Era un día especial, muy especial. Era el día en el que
él había decidido hacer limpieza y ella había rematado la faena poniendo
barreras para que él no intentara volver. Habían llegado juntos a la única diversificación de un camino lleno de baches pero recto, siempre recto.
Ella había seguido por la derecha.
George había girado a la izquierda.
No hay comentarios:
Publicar un comentario