El viento la mecía suave;
con tranquilidad.
No hacía falta apresurarse,
no tenía prisa.
Se encontraba sola,
sentada, pensante.
Ante sus ojos no veía más que imágenes del pasado;
imágenes de días tristes, días en los que hubiera sido mejor no aparecer.
Una lágrima comenzó a caer desde sus brillantes ojos hasta sus dulces labios,
pasando primero por sus cálidas mejillas.
Era una lágrima por él,
por aquel recalcitrante joven que se empeñó en hacerla sufrir.
Se comportó de una forma cruel;
no fue más que un incorregible niño al que le dio por hacer añicos su corazón.
Y ella, tonta e ingenua,
insistente en quererlo.
Estuvo empecinada en seguirlo,
en verlo con buenos ojos; hasta que se dio
cuenta del veneno que estaba penetrando en su interior.
Un veneno letal que la iba matando poco a poco,
rompiendo poco a poco...
Y decidió marchar para olvidar.
Decidió partir a un lugar dónde al mal se lo llevara la corriente;
donde el aire fuera tan fresco que sanara cualquier dolor.
Partió a un lugar donde la brisa la meciera paulatinamente y la hiciera olvidar su pasado.
Pero los soplos de Eolo iban demasiado suaves,
demasiado tranquilos...
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y no la hacían olvidar del todo su pesar. |
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