Podía escuchar el sonido de las gotas al caer. Era
un sonido frío y constante, al igual que la lluvia; pero fuera el sol
relucía como nunca, como si acabara de nacer y estuviera feliz de estar
allí, iluminando el mundo.
Sabía que ese ruido que escuchaba no eran gotas de lluvia, sino lágrimas que caían continuamente de unos grandes ojos verdes. Y sabía que, por mucho que lo intentara, no podría remediar esa aflicción que emanaba de aquel lúgubre y taciturno llanto.
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