Todo el mundo creía que todo iba bien, que no existían los problemas y que esas lágrimas irradiaban felicidad. Nadie
era capaz de prestar atención. Todos pensaban que las cosas pasaban
porque tenían que hacerlo para estar bien; pero no veían que todo
empeoraba por momentos.
Y mientras, ella seguía, rodeada de sus monstruos, sin saber cómo actuar, a dónde ir, qué pensar, a quién recurrir. Y
los terrores de la noche la iban atormentando cada vez más sin poder
ella evitarlo, sin saber acallar esas espeluznantes voces. Y deseaba correr, huir, gritar; cualquier cosa... para que se diesen cuenta.
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