jueves, 17 de mayo de 2012

Patética-mente brillante



Deslumbrante cual nítida alhaja de oro, se encontraba rodeado de fijas y alegres miradas que sonreían con sinceridad y desprendían verdadera confianza. Apreciaba lo bien que lo trataban, la dulzura con la que le dirigían la palabra. Se daba cuenta de cómo lo querían y él las quería a ellas por ello.

Lo encandilaban con historias de finales felices en las que el protagonista solía ser él; lo hechizaban con armoniosas melodías que lo adormecían plácidamente; lo persuadían con exóticas y sensuales danzas; le susurraban tímidas palabras de amor al oído y él se ruborizaba con entusiasmo.

Era como un dios para ellas, y eso le gustaba.

Lo cuidaban y le prestaban toda la atención que necesitaba; le hacían toda clase de favores, cualquer cosa por él, porque se lo había ganado. Le otorgaban calidez...

En su mundo de felicidad era el más afortunado de todos. Sólo había un pequeño defecto casi sin importancia para él en aquella tierra que habitaba, en aquel lugar en el que regía dignamente como exclusivo y ostentoso soberano, en aquel utópico universo de fantasía... y ése, precisamente, era el defecto.

El pobre no veía bien con sus ojos castaños, pues éstos lo engañaban constantemente. No era capaz de mirar más allá, se detenía únicamente en lo que agradaba a su vista y oído, en lo que, aparentemente, lo hacía feliz. No lograba, sin saberlo, enterarse de lo que realmente ocurría a su alrededor, no alcanzaba a percatarse del embuste. Ojos que no ven, corazón que no siente. Y sin embargo, él vería y, por tanto, sentiría.

La verdad siempre acababa por asomarse ante todos, por salir a la luz; y la verdad no siempre era agradable de conocer.

Se lo merecía. Había cambiado. Poco a poco lo habían hecho cambiar. De estar humildemente apartado había pasado a ser el centro de atención. De sellar sus labios por respeto y educación había pasado a gritar a los cuatro vientos todo tipo de sandeces para perseverar su lamentable orgullo y aumentar su deplorable ego. Ahora no era más que un monstruo feo, indecoroso y desagradable. Un abyecto ser que había destruido su frágil esencia y había apagado el sonido de sus latidos. Era feliz en aquella maldad, circunvalando por aquel orbe esperpéntico...

Deslumbrante cual nítida alhaja de oro, se encontraba, patética, horrible, triste y deprimentemente, rodeado de calumnias y patrañas que, por ser él mismo así de infundioso, denigrante e hipócrita, meritaba.

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