Eres tan solo una joven y hermosa princesa que sobrevuela el ancho mar montada en sirena. Os dirigís al banquete de los dioses y los héroes. Temes llegar tarde y os apresuráis un poco. No eres más que una niña caprichosa que siempre consigue lo que quiere y esta vez te has empeñado en casarte con el héroe más prodigioso y guapo de todos los tiempos.
Aparecen más sirenas, vuelan un poco más bajo que vosotras. Empiezan a cantar. Oyes esas dulces voces con las que atraen a los marineros y no te extraña que estos vayan tras sus gorjeos... Pero no deberían haberlo hecho, no sólo las oyen los marineros, sino también esos seres que pasaban por ahí, unos de los seres más malvados que conoces: las arpías os atacan.
No sabéis por qué (o al menos tú no lo sabes; tal vez las sirenas sí, pero no te paras a preguntar). Por culpa del brusco movimiento, caes hacia el mar; pero te empeñas en no mojarte y como, cueste lo que cueste, siempre consigues lo que quieres...
Un caballo alado acude en tu ayuda. Caes sobre él. Te lleva volando sobre el extenso mar azulado para dejarte en la orilla más próxima que encuentre. Es tan blanco, brillante y hermoso... que tú ni siquiera te fijas por dónde va. Se ha equivocado de dirección; llegarás tarde al banquete para ver a tu querido héroe. Cuando llegues, ¡seguro que no quedan sitios para sentarte a su lado!
Llegáis a una isla: una isla habitada por gigantes. Te das cuenta de ello al notar la vibración de la tierra por sus pisadas. Rezas por que no te vean con su enorme ojo.
¡Vaya, hombre! ¡Justo pasan por ahí para dar de comer a sus ovejas! Te quedas fascinada mirándolos. Son taaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaan grandes...
Un gigante se acerca a ti. Tienes miedo y empiezas a temblar. Si te ve, ¡seguro que te come! O al menos eso crees...
No te ha visto; está ciego. Polifemo está ciego.
No sabes qué hacer. Que uno de ellos sea invidente no significa que lo sean todos. Debes salir de esa isla cuanto antes.
Allá a lo lejos ves la solución a tus problemas. Allá a lo lejos ves dos caballitos de mar. ¡Es Poseidón!, que se dirige también al banquete. Llamas su atención y él se te acerca. Le pides que por favor te lleve con él. Acepta tu petición a cambio de que le prometas que no comerás pescado nunca más. Aceptas, subes y das gracias a que el dios vaya a llegar tarde a la suculenta comida.
El viaje se hace corto. Mejor, así verás antes a tu héroe.
Ya en la fiesta, ves a todos los invitados. Te sientes un poco preocupada por las sirenas. ¿Qué les habrá pasado? Seguramente estén bien, pero no estás segura...
Pronto se te pasa esa preocupación y te pones a buscar al héroe que fue capaz de vencer al Can Cerbero. En su búsqueda, ves a Afrodita, tan bella como siempre, ignorando a su marido Hefesto para ir al lado de su amante Ares. Ves también a Zeus discutiendo con su hermana y esposa Hera sobre si Helena de Esparta fue o no secuestrada por los troyanos. Ves a la diosa de la discordia, que esta vez sí ha sido invitada. Y de repente lo ves a él...
¡Heracles!
Te entran ganas de gritar su nombre, pero no lo haces.
Lo encuentras rodeado de mujeres. Te enfureces un poco. Pero ves que él las rehúye y se va.
Entonces te ve. Se acerca a ti con paso ligero. El tiempo se detiene a tu alrededor. Todo el mundo os ignora, cada invitado se encuentra en sus asuntos. Y él llega a ti...
Te agarra con su mano diestra por la cintura. Acaricia tu larga y rizada melena dorada con la otra. Observa tu precioso vestido rosa de tirantes, un poco escotado y largo hasta los pies. No logra fijarse en que vas descalza...
¿Descalza? Debieron de caérsete los zapatos de cuarzo rosa y tacón de aguja cuando estabas cayendo al mar. No importa, nadie lo nota.
Él se te acerca más y más. Te susurra algo al oído. No alcanzas a oírlo bien del todo. Te ha dicho algo de que estás preciosa, o puede que te haya dicho que eres preciosa. No es lo mismo, pero a ti te da igual. Sólo te importa esa dulce y susurrante voz con la que se ha dirigido a ti...
Se te ha erizado la piel, notas el latir de su corazón. Ya no ves ni escuchas el jaleo del banquete. No te has dado cuenta de que ya han empezado a comer.
¿Empezado? ¡Ya han casi terminado!
No importa, estás con él...
Tu ritmo cardíaco empieza a aumentar junto con el suyo y vuestras temperaturas. Acerca sus labios a los tuyos, se los humedece un poco. No sabes qué hacer, estás nerviosa...
Hasta que por fin te decides a acercarte a él.
Y de repente despiertas y ves que él no está. Estás sola. Tumbada en el suelo de tu habitación, donde te adormilaste poco a poco y sin darte cuenta, acalorada. Ese maravilloso sueño que has tenido es tan solo eso: un sueño. Y decides volver a dormir para continuar tu historia. No puedes.
Ya está amaneciendo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario