domingo, 22 de julio de 2012

¿Aquello? Era un don.

Una bendición del cielo, una reliquia que poseía quién sabe por qué, una gracia divina que todos admiraban y no cesaban de hacerlo sólo porque no podían, por su esplendor, su brillo, su belleza.
Y gracias a ello era incapaz de observar bien a su alrededor, incapaz de dejar de atisbar el mal, los defectos, la oscuridad. Gracias a ese don, no podía dar un solo paso sin agradecer a los dioses tal regalo, ya que éste le brindaba la oportunidad de ver la realidad tal y como era, de mirar con ojos certeros la falsedad del mundo y la bondad del donativo que tenía en mente.
Erraba errante, vagaba por vagar y caminaba caminando por caminos que no lo llevaban a ningún sitio en concreto. Mirada fija, perdida, tal vez, en el horizonte, aquella línea imaginaria que se formaba en su cabeza como una meta a alcanzar: la meta perfecta; buena y bella, como aquel don, aquel resplandor que lo hacía reflexionar acerca de la realidad del mundo que lo rodeaba.
Era un alma que se había dado cuenta, gracias a lograr obtener por un tiempo esa reliquia, de que nada importaba, tan sólo volver a sentir ese brillante y cálido objeto. Era un espíritu libre y abierto completamente cerrado a otras alternativas que no tuvieran nada que ver con las de estar por segunda vez con el divino resplandor. Era un ser de libertad tan grande que no podía girar ni a diestra ni a siniestra por temor a ralentizar su seguro improbable reencuentro con aquella luz mágica. Era tan libre y podía escoger tantísimos pensamientos... que se empeñaba en centrarse en el brillo, aquél que un día satisfizo su persona. Y aquel brillo era tan bueno, perfecto y divino... que un día mató a aquel espíritu obligándolo, al mismo tiempo, a vagar de un lado a otro con vanas y tristes esperanzas.

Pero era un don, una bendición del cielo, una reliquia que poseía quién sabe por qué, una gracia divina que todos admiraban y no cesaban de hacerlo sólo porque no podían, por su esplendor, su brillo, su belleza. El espíritu errante así lo creía, y era tan, tan y tan libre... que se encerró en sí mismo para no escuchar ni una sola opuesta opinión.

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