(El V episodio no vale la pena).
No era sino el caballero del
castillo el que no dejaba a la princesa partir a ver al Conde. Allí, claro estaba, disfrutaría
de una breve pero agradable estancia, rodeada siempre de los mejores placeres; y aun siendo breve, no dejaría verla marchar.
La quería toda para él:
angustiada en soledad pero a salvo de los peligros que pudiera hallar en un
lugar ignoto, de momento, para su razón. ¡Como si permaneciendo en su ahora
cálido hogar no pudiera advertir vileza alguna!
Y la princesa tenía la cada vez
más inconcebible necesidad de emigrar hacia aquel mundo desconocido para sus
aceitunados ojos y alcanzar así el tono zarco de su mirada.
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