Se oye de todo en mi cabeza: desde la dulce melodía de los pájaros mañaneros hasta el estruendo que causan los truenos en la lejanía, pasando por el agudísimo grito de una niña asustada dentro de una película de terror y por la monótona música de las discotecas llenas de niños alcohólicos.
Puedo apreciar cómo mi cerebro me proporciona estrofas enteras, pero totalmente desordenadas, de libros aún por inventar; frases recurrentes en los momentos más inoportunos, cuando no encuentro ni un mísero bolígrafo para escribir en mi mano y mi móvil se ha quedado totalmente sin batería; y títulos increíbles para textos inexistentes que jamás nacerán.
Aun así, me apetece arriesgrame. Me apetece seguir escuchando esa melodía puntual que ha llegado a mis oídos, bien por cosa del destino, bien por casualidad, y escribir acerca de ella. Me apetece arriesgarme. Arriesgarme y bailar.
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