Hay una pequeña diferencia entre estar y no estar, entre ir y volver hacia atrás, entre odiar y querer, entre serlo todo y no ser absolutamente nada, entre errar y acertar.
Uno puede estar en cualquier situación, por muy opuestas que parezcan, pero nunca a la vez; uno puede estar ahí contigo, a tu lado, apoyándote en todo lo que haces, dándote su calor, su valor, amándote... y de repente haber marchado lejos sin decir una palabra.
Puedes odiar con todas tus fuerzas y de manera irracional a una persona en concreto solo porque un día te miró de arriba a abajo. Seguramente lo hizo sin pensar. Probablemente ni siquiera te estaba mirando, tan solo tenía la mente en blanco y no veía nada. Pero tú te lo tomaste muy mal, te lo tomaste muy a pecho, y empezaste a fijarte en esa "tipaja creída que va de superior por la vida mirando por encima del hombro". Ni siquiera la conoces en persona, únicamente sabes su nombre porque te ha dado por indagar un poco, porque has querido averiguar algo acerca de su vida para poder meterte más con ella. Ella ni siquiera sabe cómo te llamas; no le interesas lo más mínimo y no te ha vuelto a mirar.
Un día descubres que tenéis un amigo en común, un amigo que se lleva muy bien con las dos y que la saluda cuando va contigo, al igual que te saluda a ti cuando va con "esa". Y ves que ella te mira más, y a ti te da mucha rabia y la odias (si cabe) más aún, ¡mucho más aún!
Otro día, en una fecha señalada en el calendario, tu amigo decide quedar con las dos, y es ahí cuando la conoces realmente. Al principio no quieres, pero terminas hablando con ella. Os lo pasáis genial juntas; no es la persona que esperabas que fuera, es "supermaja y divertida y nada creída". Ese fuerte odio irracional se convierte en un cariño también irracional.
Parece que te equivocaste, pero luego tomaste, sin pensártelo dos veces, el atajo que te condujo al camino correcto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario