domingo, 27 de abril de 2014

Hace ya tantísimo tiempo de ello...

Hace tiempo que dejé de escuchar nuestra canción; esa que cantábamos tan mal los dos juntos entre risas; esa que bailábamos toda la noche sin parar y con la que tú me pisabas todo el rato los pies sin querer. Hace tiempo que dejé de escuchar tu voz; esa tan cálida con la que me susurrabas poemas de amor sin rima ni ritmo que te inventabas sobre la marcha; esa tan dulce con la que me repetías a cada instante lo hermosa que era mi sonrisa y lo bonitos y verdes que eran mis ojos; esa tan divertida con la que te burlabas de mí cada vez que se me quemaba la comida; esa tan seria con la que me decías que no querías verme llorar... Y hace tiempo que dejé de escuchar también mi voz. Hace tiempo que se me fundió de tanto utilizarla para llamar a alguien cuya respuesta jamás llegué a escuchar.

Hace tiempo que dejé de ver tu rostro proyectado en el reflejo de mis ojos en el espejo. Hace ya bastante tiempo que tu imagen se hizo borrosa en mi cabeza. Hace tiempo que no veo ni tus manos, esas que se abrazaban a las mías y caminaban juntas kilómetros y kilómetros de felicidad, ni tus brazos, esos que me abrazaban cuando necesitaba llorar y cuando necesitaba compartir mi alegría. Hace tiempo también que no veo ni tus piernas, esas sobre las que me sentaba a escuchar los cuentos que tú me narrabas tan a gusto y que yo había escrito previamente para ti, ni tus pies, esos tan ardientes capaces de soportar el frío de los míos. Hace tiempo además que no veo ni tus dedos, esos que recorrían delicadamente mi piel desnuda y se aventuraban dentro de los más recónditos y oscuros lugares de mi cuerpo, ni tu espalda, esa que me gustaba tanto recorrer con mis besos hasta llegar a tu nuca. Hace tiempo que incluso no logro vislumbrar tu sonrisa... y hace tiempo que no alcanzo a ver la mía tampoco.

Hace ya tanto tiempo de todo esto, que ya ni recuerdo cuándo fue la última vez que leí nuestra historia. Lo único que sé es que nunca se me ha dado bien escribir un final; que, cada vez que termino una de mis pequeñas historias, las dejo cojas, como si les faltara algo, como si aún hubiera mucho que decir, algo que hiciera cambiar radicalmente todo, algo que demostrara que sí existen los finales felices. Y, aunque ya no sea yo la que escriba, sino mis manos, eso es algo que no puede cambiar por tratarse de mis manos.

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