Hace tiempo que dejé de escuchar nuestra canción;
esa que cantábamos tan mal los dos juntos entre risas; esa que bailábamos toda
la noche sin parar y con la que tú me pisabas todo el rato los pies sin querer.
Hace tiempo que dejé de escuchar tu voz; esa tan cálida con la que me
susurrabas poemas de amor sin rima ni ritmo que te inventabas sobre la marcha;
esa tan dulce con la que me repetías a cada instante lo hermosa que era mi
sonrisa y lo bonitos y verdes que eran mis ojos; esa tan divertida con la que
te burlabas de mí cada vez que se me quemaba la comida; esa tan seria con la
que me decías que no querías verme llorar... Y hace tiempo que dejé de escuchar
también mi voz. Hace tiempo que se me fundió de tanto utilizarla para llamar a
alguien cuya respuesta jamás llegué a escuchar.
Hace tiempo que dejé de ver tu rostro proyectado
en el reflejo de mis ojos en el espejo. Hace ya bastante tiempo que tu imagen
se hizo borrosa en mi cabeza. Hace tiempo que no veo ni tus manos, esas que se
abrazaban a las mías y caminaban juntas kilómetros y kilómetros de felicidad,
ni tus brazos, esos que me abrazaban cuando necesitaba llorar y cuando
necesitaba compartir mi alegría. Hace tiempo también que no veo ni tus piernas,
esas sobre las que me sentaba a escuchar los cuentos que tú me narrabas tan a
gusto y que yo había escrito previamente para ti, ni tus pies, esos tan
ardientes capaces de soportar el frío de los míos. Hace tiempo además que no
veo ni tus dedos, esos que recorrían delicadamente mi piel desnuda y se
aventuraban dentro de los más recónditos y oscuros lugares de mi cuerpo, ni tu
espalda, esa que me gustaba tanto recorrer con mis besos hasta llegar a tu
nuca. Hace tiempo que incluso no logro vislumbrar tu sonrisa... y hace tiempo
que no alcanzo a ver la mía tampoco.
Hace ya tanto tiempo de todo esto, que ya ni
recuerdo cuándo fue la última vez que leí nuestra historia. Lo único que sé es
que nunca se me ha dado bien escribir un final; que, cada vez que termino una
de mis pequeñas historias, las dejo cojas, como si les faltara algo, como si
aún hubiera mucho que decir, algo que hiciera cambiar radicalmente todo, algo
que demostrara que sí existen los finales felices. Y, aunque ya no sea yo la
que escriba, sino mis manos, eso es algo que no puede cambiar por tratarse de
mis manos.
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