El silencio lo envuelve todo, nadie puede
negarlo, se aprecia claramente en el ambiente. Es un silencio muy común, un
silencio sin nada de especial, un silencio como cualquier otro. Es un silencio
de los que se rompen de vez en cuando por algún que otro leve e imprevisto
sonido, un silencio de los que se interrumpen: a veces por el roce de las
páginas de los manuales que se pasan rápidamente; a veces por el ruido que
hacen los lápices y los rotuladores fluorescentes con los que se subrayan los
apuntes; a veces por el chirrido constante de las sillas que van hacia delante,
hacia atrás, a un lado y a otro; a veces por las cremalleras de las mochilas
que se abren y cierran sin parar; a veces por los suaves pasos de los fugaces
visitantes que vienen, echan un vistazo y se van; a veces por las toses, los
resoplos, los susurros y las súplicas que piden silencio de los estudiantes...
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