jueves, 26 de junio de 2014

La octava maravilla del mundo

Cuando te miraba,
cuando te pensaba
y cuando atisbaba
el que parecía tu reflejo en el cristal de una vieja ventana.

Cuando me hacías reír,
o tan solo sonreír,
cuando me hacías vivir
esos momentos inolvidables que pasábamos juntos a solas.

Y cuando me cantabas
e incluso me bailabas
y siempre que aquí estabas,
no te veía solo a ti, sino a la octava maravilla del mundo.


Digo octava,
no porque las otras siete fueran mejores
(ni las del mundo antiguo ni las del moderno),

sino porque,
muy desgraciadamente,
fuiste la última que vi.


No mencionaré tus ojos,
ni esa mirada tuya de
no haber roto nunca un plato
y que además sea verdad.

No voy a decir nada de tus brazos,
ni de los fuertes abrazos que daban,
de esos abrazos que te cubren tanto
que aún los llevas puestos horas después.

No voy a pararme a pensar en tus manos,
ni en esas alegres danzas que tus dedos
hacían recorriendo todo mi cuerpo
desnudo todas las noches de verano.


Sin lugar a dudas
la octava maravilla del mundo
era cogerte desprevenido,

tirarte a la cama,
arrancarte de una vez la ropa de un tirón
y follarte como si no hubiera mañana.

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