Era
siempre de noche. No sé si porque el tiempo se había detenido o porque la que
se había detenido era yo, pero era siempre de noche. Además, llovía. Llovía muy
fuerte. Y a veces se les escapaba algún que otro grito a las nubes, para
contrarrestar los míos propios. Pero nunca había relámpagos, estaba siempre
todo a oscuras.
Miraba
mi móvil cada diez segundos, pero nunca recibía noticias tuyas. Es más, rara
vez recibía notificaciones de algún tipo. Pensaba en escribirte yo, para que
supieras que aún pensaba en ti en esas noches tan largas, pero al final no lo
hacía... por miedo a que me recordaras que tú no pensabas en mí, que ya me
habías olvidado...
Y me
miraba a través de todas esas fotografías que me hacía. Y me miraba a través de
los pequeños espejos de mi cuarto. Y me miraba a través de esos ojos marrones
tuyos que mis ojos proyectaban en los pequeños espejos de mi cuarto en los que
me miraba.
Y me
tocaba. Me masturbaba tanto y tan fuerte que de verdad llegaba a sentir ese
placer tan increíble que unos muchos alababan y otros tantos tenían como
impuro. Y yo alababa mi impureza. Y gritaba muy fuerte y sudaba como nunca y me
temblaba todo. Y me encantaba.
Luego
me paraba a pensarte. Miraba mis muslos desnudos y me preguntaba por qué no
estabas aquí conmigo, mirándomelos, tocándomelos, besándomelos... mirándome,
tocándome, besándome. Y lloraba. Lloraba tan fuerte que casi ni se oía la
lluvia que golpeaba la ventana cerrada. Y volvía a temblar, pero esta
vez de frío, de tristeza, de miedo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario