Me mira con los ojos húmedos
esperando que le sople por entre la oreja y la nuca,
ahí donde guarda
todos los besos que le doy,
y me sonríe casi sin felicidad.
Sabe que me
la he quedado toda yo.
Porque él no la quería,
porque me la ha dado,
porque él es como una mañana triste de invierno...
o de otoño,
cuando se
desnuda;
o de primavera,
cuando florece;
o de verano,
cuando arde...
Él
se merece toda la felicidad del mundo.
Merece a alguien que sepa
describirlo cuando se quita la ropa;
a alguien que le descubra nuevos
olores;
alguien que arda con él.
Y yo ni siquiera he aprendido a
escribir en una mañana triste de invierno cualquiera.
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