Por aquel entonces aún eran unos críos. Tenían
horario de llegada a casa, obedecían sin rechistar a sus padres y admiraban
ciegamente a los más mayores pensando que algún día serían como ellos.
Lizy no era más que una joven de ojos verdes con
gafas de pasta y melena castaña. Era muy inteligente y siempre hacía los
deberes; además, sacaba muy buenas notas sin necesidad de pasarse el día
estudiando. Le gustaba bailar, ir de compras y salir con sus amigas en las
fiestas de su pueblo. Solía vestir con tops que enseñaban el ombligo, con
zapatos de poco tacón y muy corta, tanto que hasta los chicos mayores la
miraban y piropeaban (cosa que le agradaba bastante, todo sea dicho, porque la
hacía sentir única y especial). Su mayor defecto era que, todavía, era
demasiado inocente en algunos aspectos.
Neo, por su parte, era un chico de ojos marrones y
de cabello largo y moreno, un poco más alto que Lizy. No era tan inteligente ni
responsable a la hora de hacer sus tareas y tampoco estudiaba mucho, por lo que
no sacaba tan buenas notas. A él le gustaban más los videojuegos y las series
animadas; solía jugar a partidas online con sus amigos y salía muy poco al
exterior. Vestía siempre de chándal, chándales tan y tan anchos que escondían
su cuerpo. Su mayor defecto era que, todavía y al igual que Lizy, era demasiado
inocente en algunos aspectos.
Ambos parecían bastante opuestos, y en lo único en
lo que coincidían era en su inocencia, que era cosa, exclusivamente, de la
escasa edad. No obstante, y fruto de la presión social y la curiosidad que
sentían el uno por el otro, decidieron ir más allá y conocerse mejor.
Él descubrió que a Lizy le gustaba todo tipo de
música menos el heavy metal, que quería ser profesora, que su número favorito
era el 8 (por sus curvas) y que le encantaba el rosa (aunque eso no era
precisamente un misterio).
Y ella descubrió que a Neo le apasionaba la música y
que sabía tocar el piano, la guitarra eléctrica y la española, el bajo y (algo
muy común entre los pequeños) la flauta dulce. Sin embargo, Lizy estaba segura
de que se le había olvidado mencionar algún que otro instrumento como, por
ejemplo, la batería.
Poco a poco se empezaron a gustar, pero el
sentimiento no fue a más y todo se quedó en una breve y tranquila historia de
“amor” en la que él se sentía todo un caballero por acompañarla a casa y ella
se sentía toda una princesa por haber captado su atención.
Eran niños jugando a ser mayores.
Ella le daba tímidos besos en sus sonrojadas
mejillas y, en ocasiones, breves besos en los labios; lo abrazaba con fuerza,
como si no hubiera mañana, y le sonreía alegremente y sin pensar.
Él la llevaba de la mano a lugares que ella no
conocía, lugares donde el sol parecía brillar solo para ellos dos, lugares en
los que el viento soplaba tan suavemente y los envolvía con tanta ternura que
parecía crear una especie de escena romántica… lugares en los que más tarde
paseó con su nueva musa y en los que, seguramente, ya había paseado con su musa
anterior.
Qué sentía realmente Neo cuando estaba con Lizy era
un verdadero enigma; pero ella, con el tiempo, comenzó a distanciarse cada vez
más y más. El juego había durado demasiado. Había abierto los ojos y había
visto que no tenían edad para entablar ningún tipo de relación seria. Ella
necesitaba respirar, ver mundo, conocer gente y sentirse mayor (solo era una
excusa, claro, pero era lo que de verdad quería). No estaba cómoda estando a su
lado y terminó por odiarlo de manera irracional.
Game over… eso fue lo que ocurrió.
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