Neo era claramente un inmaduro: antepuso su rabia
puntual a todo un curso de estudios solo para no volver a Lizy, cosa bastante
imposible a largo plazo, pero totalmente efectiva durante un breve período de
tiempo.
Neo crecía lentamente, como siempre, tan lentamente
que pronto añoró aquel delicioso juego de adultos en el que había participado
hacía apenas un año. Necesitaba volver a sentirse mayor, volver a saborear
otros labios, volver a rellenar esa fría ausencia que lo acompañaba; necesitaba
a otra Lizy que no fuera tan independiente. Necesitaba a Renée.
Renée era una muchacha rubia de cabellos largos y
sedosos, muy lisos. Tenía los ojos castaños y le encantaba maquillárselos a
diario (el maquillaje le hacía un poco cara de adulta). No era muy estudiosa y
prefería pasar el tiempo mirando series en Internet, el mismo tipo de series
que gustaban a Neo. Vestía de manera uniforme: con leggings y camisas anchas complementándose con guantes y/o gorros.
Además, le apasionaba la música, aunque no sabía, aún, tocar ningún
instrumento. Parecía la chica ideal para Neo; realmente lo parecía.
Neo optó por acercarse a ella para conocerla mejor.
Descubrieron que ambos habían ya vivido más de una historia de amor (bueno,
“amor”…) y que deseaban más. Supieron entonces de sus parecidos, de sus
aficiones en común y de sus deseos conjuntos. De repente, se habían acercado
tanto que hasta caminaban juntos cogidos de la mano.
Ella lo deleitaba con apasionados besos en los
labios y unos pocos en las mejillas; lo acariciaba con decisión y le hacía
sentir todo un adulto sabedor del mundo del deseo. Le susurraba que no había
otro igual en ese mundo, que él era único, que era todo un dios.
Él la llevaba a lugares únicos, lugares en los que
el sol los contemplaba con dulzura, lugares en los que el viento recreaba
tiernas melodías para sus refinados oídos… lugares en los que Neo había llevado
ya a demasiadas doncellas de la mano, pero no importaba, ya que Renée viviría
siempre en la ignorancia y jamás lo sabría.
Parecían felices, y así creían vivir. Pero su
felicidad no duró mucho tiempo.
Neo se dio cuenta en seguida de que no era eso lo
que quería, se dio cuenta de que ella no era pura, de que era una embustera y
escondía sus oscuros secretos. Él aún era demasiado niño como para concebir
tales mentiras.
Renée lo había engañado desde el principio, ¡y aún
se extrañaba de que él le dejara de dirigir la palabra! ¡Se hacía la tonta!
Renée había estado jugando a dos bandas, había estado murmurando a dos orejas
distintas, había estado besando dos labios diferentes.
Neo decidió tomarse un tiempo para recapacitar
acerca de lo que realmente quería.
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