sábado, 8 de noviembre de 2014

Excurso

Amaneció antes de lo normal, siempre y cuando amanezca cuando yo me levanto; si no no: amaneció a la hora de siempre. A las seis y media en punto yo ya estaba terminando de desayunar; vestida, coleta hecha y con lentillas; sólo me faltaba ponerme los zapatos. A las siete menos cinco estaba subiendo al autobús. Y allí estaba él.

Hacía mucho tiempo que no nos veíamos y habría apostado todo a que no me reconocería. Habría ganado: no me reconoció. Seguía tan guapo como en unos veranos atrás. Y tan joven. Con una sonrisa que le provocaban a una hacer un uso más consecutivo del transporte  público. Con una conducción impecable. Y además le quedaba muy bien el uniforme.

Yo me senté en la parte de detrás, en las ventanas de la derecha; allí donde mi campo de visión abarcaba la carretera y las dos puertas del autobús. Me senté en el sitio de siempre.

Subió entonces un hombre de unos treinta y cinco años de edad con mirada de niño y sonrisa de anciano. A mí los hombres con traje siempre me han parecido atractivos, pero es que éste se llevaba la palma. Camisa blanca impoluta; chaqueta, pantalón y corbata gris marengo; y mocasines de color indefinido que combinaba muy bien con todo lo demás. Con su mano izquierda sujetaba un maletín negro lleno, seguramente, de documentos importantes de su trabajo y con su derecha de sujetaba a la barandilla. Se quedó de pie en el sitio de siempre.

Me hizo pensar en la universidad y no pude evitar fijarme en el chico que andaba por la calle dirección al metro. Puños y mandíbula apretados, grandes y veloces zancadas, vestido informal y con una mochila azul a cuestas; me pregunté (y me sigo preguntando) si esa sería la impresión que yo daba a los demás cuando me dirigía a clase: tan enfadada. Enfadada como aquella madre que arrastraba a sus dos hijos gemelos por la boca del metro para subir al transporte e ir a la escuela. Los niños, como es normal, no querían ir al cole. Como tampoco querían ir a trabajar las señoras que bajaron en la misma parada en la que me bajé yo (señoras que ya estaban casi para jubilarse, como la mayoría de mis profesores).

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