Si te preguntan diles
que fuiste tú el único asesino. Que quemaste tu casa con todo dentro y que
jamás has tenido nada a lo que llamar «hogar». Diles que esa noche yo no
estaba, que nunca he estado allí, que jamás hemos estado juntos en la misma
cama. Si te preguntan cuéntales la verdad.
Probablemente esa noche de invierno
fuera la noche más calurosa del año. En la calle nevaba y en tu casa las
estufas estaban apagadas. Yo tenía los ojos vendados con una enorme sonrisa
transparente y tú te encargabas de rellenar las copas de champagne.
Brindábamos
por aquella noche buena de aquel treinta de diciembre. Yo tenía la música a
todo volumen y tú no escuchabas nada que no saliera de tu boca. Las burbujas de
las copas de cristal subían tanto como el alcohol a nuestras cabezas y se evaporaban
tan rápido como nuestra ropa. En un abrir y cerrar de ojos, la botella estaba
vacía y la cama, llena.
La
cena estaba resultando un absoluto desastre: se nos había enfriado la carne y
el postre estaba totalmente derretido; pero mentiría si dijera que los
entrantes no estaban siendo un verdadero éxito.
Si me hubieran preguntado
en ese mismo momento, habría dicho que no, que jamás había pisado tu habitación
porque nuestras ropas y las de la cama impedían ver el suelo. Y si me hubieran
permitido meditarlo un segundo, habría jurado además que nunca había traspasado
el umbral de tu casa porque, después de haberme recorrido las paredes desnudas
a besos, palpando cada zona de manera rigurosa con tus suaves manos, y haber
taladrado algunos muros para hacer reformas, me había dado cuenta de que tu
casa era yo y no aquel antro en el que había entrado horas atrás. Que es
imposible que me haya visitado porque en la vida llegué a conocerme tan bien
como lo hacías tú, que siempre sacabas algo nuevo de dentro de mí.
Probablemente esa noche de invierno
fuera la noche en la que más calor pasé de todo el año y probablemente se
debiera a que terminaste encendiendo la estufa de leña. Y lo cierto es que
prendiste tanto fuego que terminaste quemando la casa entera.
Te
obsesionaste tanto con tener un hogar que no pensaste en su mantenimiento. Que
las casas se cansan de ser casas y terminan inundándose por todas partes. Que
sus techos, de tanto permanecer en la intemperie, se deterioran y se caen.
Te
obsesionaste tanto con que fuera tu hogar que no pensaste en las consecuencias.
Que las personas que son casa, por mucha casa que sean, también tienen
sentimientos.
Pero si te preguntan
diles que esa noche yo no estaba, que nunca he estado allí, que jamás hemos
estado juntos en la misma cama. Diles
que fuiste tú el único asesino. Que fuiste tú al abrirme la mente con tus
reformas y que no tuvo nada que ver que yo te la abriera con la botella de champagne. Si te preguntan cuéntales la verdad. Que jamás has tenido ni tendrás nada a lo que llamar «hogar».
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