Lo que más me gusta de los días grises
es que son lo sufrientemente negros
como para encerrarse en un baño cualquiera a llorar y lo
suficientemente blancos
como para salir con la cara bien seca. Pero los ojos siguen
estando más rojos
que un tomate, que es el color que adquiere mi rostro cuando
me miras. Que cuando me miras veo la vida en rosa;
porque tus ojos comúnmente marrones
son lo más extraordinario que he visto nunca desde que
aprendí a inundar de azul
los míos. Que si me hubieras arrancado las medias en lugar de
hablar de zumos de naranja,
no habría perdido el tiempo fantaseando con morir aplastada
por un tractor amarillo.
Que había perdido ya toda esperanza de volver a ponerme
morada
con tu boca y había empezado a ponerme verde
de la envidia por aquellas que tendrían la posibilidad de estar contigo.
Y que por eso el día comenzó tan mal.
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