Ni me he cambiado de ropa de ropa. Ni me he peinado ni me he lavado la
cara. Ni siquiera he salido de casa. Y da gracias a que la cocina, el
cuarto de baño y mi dormitorio son habitaciones distintas... Tampoco he
abierto la boca salvo para comer, bostezar y desencajarme la mandíbula. O
lo que es lo mismo: no he vuelto a hablar. Es posible que ya ni
siquiera pueda hacerlo, que ya no tenga voz. No me extrañaría nada
enterarme de repente de que, en algún momento concreto, cambié mi voz
por más oxígeno. Para poder seguir viviendo sin ti, que es todo lo
contrario a vivir, pero que también lo es a morir. Y menos mal, porque
la verdad es que no quiero hacer ni una de las dos cosas si no estás tú
para ayudarme.
No hay comentarios:
Publicar un comentario