La observaba a una prudente distancia, lo suficientemente lejos para que no lo pillara y lo suficientemente cerca para olerla bien.
Se hallaba distraída en sus cosas, meciendo suavemente su cuerpo al son del compás, bailando la dulce melodía que escuchaba mientras aseaba un poco su escritorio.
Se relamía suavemente los labios y permanecía inmóvil para aspirar más profundamente el acaramelado aroma de su interior y el salado líquido que derramaba su piel al moverse demasiado.
No sospechaba que había una sombra detrás, admirando su laboriosa acción. Se encontraba sumida en su mundo y no veía más allá de las invisibles barreras que su mente había creado.
Sigiloso, anduvo unos pequeños pasos hacia ella, degustando de forma imaginaria su sabor. Era tan sabrosa...
Le pareció escuchar unos pasos. Se giró bruscamente y asustó a su gato. Aquel gato negro que la observaba detenidamente y con curiosidad. El silencioso felino terminó acercándosele de forma violenta posándose sobre sus piernas. Le relamió sus suaves pero sudorosos brazos. Ella dejó de ordenar su habitación para acariciar al hambriento gato que maullaba de forma exagerada. Se levantó de la silla y fue a alimentar a su mascota.
La sombra la siguió y, en el descuido que ella tuvo nutriendo a su gato, la envolvió. Cató el tinto de su piel. Crujió entre sus afilados dientes sus duros huesos. Tragó su blanda y delicada carne.
El gato prefirió huir maullando.
Aquel vil ser sólo parecía interesarse por humanos.
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