Cada vez hay más gente y no puedes escuchar ni tus propios pensamientos.
¡Qué calor! Es sofocante estar ahí en medio, no se puede ni respirar...
No se oyen bien esas voces del fondo, esas que te llaman sólo a ti. El barullo es tal que no sabes ni qué dice la gente que está a tu alrededor.
Cada vez llegan más personas, la habitación va a reventar*.
Todos hablan y no sabes qué hacer, a quién atender...
Es todo tan extraño... Juraría que debería de ser al revés. No debería de haber tanta gente: pero la hay.
Tu cuerpo está aplastado entre ese chico tan guapo que viste de negro y esa joven de ojos húmedos.
Tienes miedo. Tiemblas. ¿Por qué hay tanta gente? No paras de preguntarte por qué la hay.
Giras y giras. Te da vueltas la cabeza. Te mareas. La temperatura es muy elevada; demasiada gente para tan poca habitación.
Todo el mundo habla sin dirigirse a nadie en concreto. ¿Con quién hablan? Hablan solos. Nadie está cuerdo en esta sala. Murmullos, susurros... Todos hablan, pero ¿con quién?
Te giras hacia mí y me preguntas. Yo tampoco lo sé. Todos están solos, no se conocen.
Eres la única persona que está junto a alguien, junto a mí. La única que habla con alguien de verdad. Y aun así hay gente que te mira de forma extraña, como si fueses tú la persona que está loca...
No lo entiendo. Tal vez no deberías estar en esta aula. Tal vez me equivoqué y no debí traerte... Igual es mejor que salgamos. Tranquilízate. No ocurrirá nada, allá fuera no hay nada peor que aquí dentro. No temas. No serás jamás un alma solitaria, yo nunca te dejaré, siempre estaré ahí, a tu lado, para lo que necesites, contigo... La
soledad nunca te abandonará.
*Sí, escribí «reventar» con be.
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