No
existe la improvisación: todo está escrito en un papel. Escrito, en
sucio y con mala letra, sobre un viejo y doblado folio guardado bajo
llave dentro de un cajón. Escrito con tinta imborrable, incambiable.
Es
una narración real, un augurio que se cumplió, una historia que se
repite continuamente, un hecho que volverá a reproducirse una y otra
vez, sin terminar. Solo cambia el tiempo y el lugar.
Ella sigue
siendo la misma triste protagonista que se ilusiona demasiado temprano; y
él, el mismo tipo de chico que le destroza el corazón. Siguen
habiendo mentiras, falsas esperanzas; siguen destrozándose vidas sin
motivo alguno... y siguen habiendo frías lágrimas que caen
inevitablemente hasta el suelo.
El director sigue empeñado en que
ella no sea del todo feliz; quiere un drama donde la protagonista sufra
por amor, donde el chico de la película destroce intencionadamente su
interior.
Cada vez es peor. Cada vez ella sufre más. Cada vez hay un actor distinto y éste cada vez lo hace mejor: causa más dolor.
Ella llora y llora, porque ésta parece una historia sin final, una pesadilla eterna. No termina nunca... Solo cuando él se va definitivamente. Y
entonces, ella llora aún más. Está escrito en el guión. Llora por las
noches, incontroladamente; y llora de buena mañana, sin querer... hasta que parece que deja de hacerlo, que no le quedan lágrimas, que ya
lo tiene completamente asumido: no sirve para amar, y ¡mucho menos para
ser amada!
Ya no tiene por qué llorar...
hasta que entra el nuevo actor y comienza a actuar.
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