Hora de decir adiós en voz baja, sollozar en silencio y
marchar con prisas pero sin correr, por conservar la poca dignidad que
le quedaba. Era hora de gritar bruscamente en su interior, de terminar
de romper su alma y desgarrar sus vanas y tristes ilusiones, sus
esperanzas.
No entendía
cómo había podido estar tanto tiempo viviendo en esa oscuridad, cómo no
había logrado, en todos esos años, abrir los ojos. No sabía explicarse
por qué había sufrido cual mármol blanco, sin inmutarse, sin ser
consciente de lo que ocurría a su alrededor, sin ver aquello que
realmente ofrendaba aquélla a aquel capataz.
Tantos
días fingiendo una sonrisa para los demás cuando eran ellos quienes
fingían mirarla. Tantos días hablando dulcemente de su irradiante
felicidad con su iridiscente sonrisa cuando eran ellos quienes más
ironía administraban a sus palabras...
Ahora
ella debía tragarse las suyas, sus palabras, e intentar, pero no
conseguir, olvidar aquella falsa época en la que creía vivir un cuento
de hadas habitando, en realidad, un desleal mundo de incorrecciones.
Sí. Era hora de partir.
Lo
había casi decidido instantáneamente, pero lo había hecho. Era una
sensación un tanto extravagante pero inflexible y firme. No habría
vuelta atrás. Ya nada importaba. Estaba decidido y no diría nada a nadie
puesto que no tenía por qué dar explicaciones a quienes la habían
engañado y tampoco tenía a nadie a su lado que escuchara sus disculpas.
Notaba
el esfuerzo que hacían sus lágrimas por salir al exterior, mas sus
parpadeos constantes no las dejaban recorrer a su antojo el triste
rostro que reinaba en su aparente serenidad externa. Sentía aquel
ficticio nudo en la garganta como si realmente hubieran sido atadas sus
cuerdas vocales. Apreciaba cómo su pecho se orpimía a cada costosa
inspiración y cómo temblaba a cada angustiosa espiración.
Sí. Era hora de partir.
Ya
no tenía nada que hacer en aquel ignoto lugar que había tenido hasta
ahora por su hogar, nada que hacer en aquel espacio que había devenido,
de la noche a la mañana, totalmente desconocido para ella. No pintaba
nada allí.
¿El porqué? Se
lo guardaría en el más recóndito lugar de su frágil y desgastado
corazón. Era algo suyo, un tanto personal, ¿qué importaba? Sólo era
menester saber que partiría...
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