martes, 20 de septiembre de 2011

Sí... Era hora de partir.

Hora de decir adiós en voz baja, sollozar en silencio y marchar con prisas pero sin correr, por conservar la poca dignidad que le quedaba. Era hora de gritar bruscamente en su interior, de terminar de romper su alma y desgarrar sus vanas y tristes ilusiones, sus esperanzas.

No entendía cómo había podido estar tanto tiempo viviendo en esa oscuridad, cómo no había logrado, en todos esos años, abrir los ojos. No sabía explicarse por qué había sufrido cual mármol blanco, sin inmutarse, sin ser consciente de lo que ocurría a su alrededor, sin ver aquello que realmente ofrendaba aquélla a aquel capataz.

Tantos días fingiendo una sonrisa para los demás cuando eran ellos quienes fingían mirarla. Tantos días hablando dulcemente de su irradiante felicidad con su iridiscente sonrisa cuando eran ellos quienes más ironía administraban a sus palabras...

Ahora ella debía tragarse las suyas, sus palabras, e intentar, pero no conseguir, olvidar aquella falsa época en la que creía vivir un cuento de hadas habitando, en realidad, un desleal mundo de incorrecciones.

Sí. Era hora de partir.

Lo había casi decidido instantáneamente, pero lo había hecho. Era una sensación un tanto extravagante pero inflexible y firme. No habría vuelta atrás. Ya nada importaba. Estaba decidido y no diría nada a nadie puesto que no tenía por qué dar explicaciones a quienes la habían engañado y tampoco tenía a nadie a su lado que escuchara sus disculpas.

Notaba el esfuerzo que hacían sus lágrimas por salir al exterior, mas sus parpadeos constantes no las dejaban recorrer a su antojo el triste rostro que reinaba en su aparente serenidad externa. Sentía aquel ficticio nudo en la garganta como si realmente hubieran sido atadas sus cuerdas vocales. Apreciaba cómo su pecho se orpimía a cada costosa inspiración y cómo temblaba a cada angustiosa espiración.

Sí. Era hora de partir.

Ya no tenía nada que hacer en aquel ignoto lugar que había tenido hasta ahora por su hogar, nada que hacer en aquel espacio que había devenido, de la noche a la mañana, totalmente desconocido para ella. No pintaba nada allí.

¿El porqué? Se lo guardaría en el más recóndito lugar de su frágil y desgastado corazón. Era algo suyo, un tanto personal, ¿qué importaba? Sólo era menester saber que partiría...

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