domingo, 25 de diciembre de 2011

Resplandecía a la luz del sol el dorado de sus enormes y ovaladas pupilas; la compasión de su mirada hacía aún más irresistible la caridad de su torcida sonrisa; el viento ondeaba su largo y liso cabello haciéndolo asemejarse más a las ondas marinas, con ese azulado intenso repleto de reflejos de diversos tonos de verde; a través de su piel semitransparente podía verse de forma casi nítida la llanura que había de fondo, con sus árboles, su río e incluso los pequeños conejos avanzando a divertidos e insignificantes saltos. Y aquél, perplejo, no podía dejar de mirarla.

Era extraño su rostro.nla contemplaba con unos ojos castaños un tanto pequeños; su cabello era corto y de un color inusual, muy parecido al color de la naturaleza en plena oscuridad. Nunca había visto nada igual; y por esa razón se compadecía de él, de un ser tan extraño... Pero ella no estaba dispuesta a juzgarlo.

Le hacía gracia también su forma de andar, con un sistema muy particular. Se iba acercando paso a paso, despacio y con respeto, posando un pie tras otro sobre el húmedo césped. Ella, en cambio, se le aproximaba, un poco más veloz, arrastrada por el cálido aire que la envolvía y sin mover un solo músculo de su cuerpo, con la ventaja de no pisar su largo cabello marino.

Él la observaba como si de una diosa se tratara, mas, hasta que no se lo dijo, no se habría figurado que ella se extrañaba tanto o más de verlo allí presente en aquel recóndito lugar. No era capaz de leer su pensamiento, pero se comunicaban a través de ellos. Ella le transmitía su sorpresa y leía su incomprensión y desconcierto.

Ambos sabían que uno de los dos era demasiado raro para habitar en aquel mundo tan simple y racional, que uno de los dos debía partir inmediatamente antes de que llegaran más espectadores a admirar aquel ser tan extravagante.

Sonrieron, se miraron fijamente a los ojos y, antes de llegar a tocarse, ella volvía a estar sola.

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