Resplandecía a la luz del sol el dorado de sus enormes y
ovaladas pupilas; la compasión de su mirada hacía aún más irresistible
la caridad de su torcida sonrisa; el viento ondeaba su largo y liso
cabello haciéndolo asemejarse más a las ondas marinas, con ese azulado
intenso repleto de reflejos de diversos tonos de verde; a través de su
piel semitransparente podía verse de forma casi nítida la llanura que
había de fondo, con sus árboles, su río e incluso los pequeños conejos
avanzando a divertidos e insignificantes saltos. Y aquél, perplejo, no
podía dejar de mirarla.
Era
extraño su rostro.nla contemplaba con unos ojos castaños un tanto
pequeños; su cabello era corto y de un color inusual, muy parecido al
color de la naturaleza en plena oscuridad. Nunca había visto nada igual;
y por esa razón se compadecía de él, de un ser tan extraño... Pero ella
no estaba dispuesta a juzgarlo.
Le
hacía gracia también su forma de andar, con un sistema muy particular.
Se iba acercando paso a paso, despacio y con respeto, posando un pie
tras otro sobre el húmedo césped. Ella, en cambio, se le aproximaba, un
poco más veloz, arrastrada por el cálido aire que la envolvía y sin
mover un solo músculo de su cuerpo, con la ventaja de no pisar su largo
cabello marino.
Él la
observaba como si de una diosa se tratara, mas, hasta que no se lo dijo,
no se habría figurado que ella se extrañaba tanto o más de verlo allí
presente en aquel recóndito lugar. No era capaz de leer su pensamiento,
pero se comunicaban a través de ellos. Ella le transmitía su sorpresa y
leía su incomprensión y desconcierto.
Ambos
sabían que uno de los dos era demasiado raro para habitar en aquel
mundo tan simple y racional, que uno de los dos debía partir
inmediatamente antes de que llegaran más espectadores a admirar aquel
ser tan extravagante.
Sonrieron, se miraron fijamente a los ojos y, antes de llegar a tocarse, ella volvía a estar sola.
No hay comentarios:
Publicar un comentario