Montados,
respectivamente, en caballo, camello y elefante, se acercaban desde donde nace
el sol para llegar a la Epifanía a la que los conducía aquel brillante lucero.
Cargaba cada cual con un diverso presente: oro, incienso y mirra; e iban
pausadamente, sin celeridad, para terminar llegando tal día como hoy, pero años
atrás.
¿Quién les diría a ellos que, a partir de aquel entonces, tendrían que hacerlo
todos los años? Tal vez, si alguien hubiera mencionado dicha labor tan
engorrosa, hubieran soslayado esa responsabilidad. ¿Quién no?
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