Abandonó toda esperanza de un hogar mejor, de un guardián que la protegiera y
de la dulce compañía de los ángeles. En su lugar, halló la decepción al ver como la torre se desmoronaba, el
guerrero la atacaba y aquellos seres místicos la abandonaban. Y no tuvo más remedio que ayudar a terminar de derrumbar el edificio, ayudar a
hacerse odiar por el soldado y hacerse olvidar por los que iban a ser sus
eternos compañeros. Acabó por envolverse en humo y comenzaron a llorar sus venas, a la par que gritaban sus ojos y expiraba su voz.
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