Saber que el
sol brilla, que amanece cada día, que la lluvia la ayuda a desahogarse, que la
brisa corre lentamente para ser fácilmente alcanzada...
No bastaba
con saber que aquel sol de invierno la miraba durante unas pocas horas;
necesitaba un astro que la contemplara durante todo el día, alguien que
estuviera siempre a su lado.
No bastaba
con saber que amanecía, cotidianamente y junto a aquel sol, dentro de sus
pensamientos, sabiendo que al atardecer iba a desvanecerse otra vez; necesitaba
estar presente siempre en su cabeza o, al menos, la mayor parte del tiempo,
saber que realmente alguien se preocupaba por su persona y no la iba a juzgar.
No bastaba
con saber que la lluvia bañaba sus penas y caía suave y lentamente recorriendo
cada centímetro de su piel; necesitaba un día despejado para poder ver bien el
sol en ese amanecer que tanto ansiaba, saber que algún día iba a dejar de...
llover.
Y tampoco
bastaba con saber que alcanzaría la brisa con facilidad; necesitaba un poco más
de movimiento, agilidad, correr un poco y no esperar tanto tiempo en el mismo
lugar y en los mismos pensamientos.
No era suficiente,
mas se conformaría. Se conformaría con saber de alguna estrella que brillaba de
vez en cuando a su alrededor; se conformaría con saber que anochecería para
volver a amanecer; se conformaría con saber el tacto que tenían ambas lluvias,
gélidas y translúcidas, cálidas y escarlatas, que caminaban a cada instante por
su cuerpo; y se conformaría con saber que el viento, aunque lento, avanzaba sin
cesar.
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