
Un «quizá”»
no bastaba. Un «tal vez» no significaba nada. Un «puede» no calmaba su sed. Necesitaba
más. Algo seguro a lo que aferrarse. Precisaba de algo sólido. Una certeza.
Aunque ésta la dañara, la prefería ante las mentiras piadosas que no había
hecho más que escuchar y que la fragmentaban poco a poco.
Se había
ido. Es más, ni siquiera se había dignado aparecer por su vida. Se había
llevado su esperanza. Había robado su vana ilusión con esas falacias y esa
mirada de culpabilidad. Sólo quedaba
lamentarse y pensar; lamentarse y pensar.
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