lunes, 6 de agosto de 2012

Un auténtico embuste.

En un día totalmente soleado, uno brillante y sin viento que zarandee las copas de los árboles; en un día de lluvia fría, uno con truenos por doquier, relámpagos relucientes y rayos entre la oscura espuma del cielo; en un día medio nublado, uno en el que las nubes no terminan de decidirse y el viento sólo se asoma de vez en cuando para revolotear los cabellos de aquellos que osan pasear a cielo descubierto; en un día, es decir, cualquiera, se halla, mirando a través de la ventana, sin decretar con exactitud qué hacer.
Todo va bien, por supuesto y sin ironía alguna, pero ojos ajenos observan como si con ellos fuera la cosa y bocas indiscretas parlotean sin cesar. Finge una falsa sonrisa delante de aquel fraudulento entorno y, ahora sí, sarcásticamente, le encanta que todos hablen sin saber.
¿Descaro, teatralidad? Puede. ¿Franqueza, claridad? No sirven de nada en estos casos.
Normalmente se embadurnan todos con falacias y cuentos, unos más creíbles que otros, para no romper los vínculos que poco a poco se han ido formando. Y por esa razón, cada vez que escuchan algo semejante a la verdad, gritan, dan media vuelta y se van corriendo. Después, a una distancia más o menos prudencial, vuelven a girarse para cuchichear entre los que han partido y poner malas caras, mirando mal y señalando.
Pero, ¿qué más da?


No todos tienen derecho a conocer realmente a las personas de su alrededor y por ello deben permanecer en su infantil ignorancia creyendo que lo saben todo...

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