domingo, 5 de agosto de 2012

Todo un caballero penco

El frío calaba sus huesos y las lágrimas asomaban tímidamente. ¿Era cierto? ¿Perdía despaciosamente su aparente compostura de caballero? Imposible...

Tiritaba, pero no quería refugiarse de las bajas temperaturas; demasiado orgullo para aquel acto tan cobarde y, cómo no, los hombres de verdad no se acobardan bajo ninguna circunstancia.

Aquello no era más que el principio de una larga y melancólica última noche.

El peso de su propia alma, negra como sus cabellos, oprimía su ahora delicado cuerpo. Tenía los ojos nublados y las voluminosas pestañas humedecidas. No osaba mirarse al espejo. No se atrevía a observar ese asimétrico y feo rostro que sollozaba con ojos cansados y unos labios secos. Se había quitado el sombrero.

La decisión era clara, era ella o era él; y, por supuesto, había elegido ella. Había decretado dejarla marchar para empezar una nueva y mejor vida mientras él, como monstruo que era, sufría lenta y dolorosamente. ¿Monstruo? Oh, ¡por supuesto que no! Él era todo un caballero, y un caballero siempre ayudaba a una dama en apuros, así que había dictaminado liberarla de su suerte y dejarla volar libre cual ave en un brillante cielo de verano, sin ataduras ni obligaciones.

No entendía cómo podía aguantar tanto en pie. ¿Aún no había caído? Un auténtico milagro. Definitivamente, era cierto que los dioses hacían caso omiso a sus plegarias y no lo dejaban todavía partir al Hades. Antes tenía que pagar por aquellos pecados que sólo unos pocos conocían y tenían derecho a conocer, pagar torturándose con los oscuros recuerdos de un loco embustero que creía actuar con razón.

Repetía para sus adentros una pequeña oración y no gritaba al mundo su petición de clemencia ya que no quería ser escuchado por nadie excepto por sus más cercanas divinidades. No deseaba ser el centro de miradas compasivas e indiscretas, sólo quería terminar de una vez por todas con aquella farsa. 

Estaba cansado de sufrimientos inútiles que él mismo provocaba con sus excentricidades de apático hombre vulgar. Agotado de sus propias y constantes decepciones hacia el mundo.

No, no era un caballero, sino más bien un caballo ajado sin fuerza para cabalgar.



No hay comentarios:

Publicar un comentario