jueves, 2 de agosto de 2012

El hechizo de Anrosa

Se hallaba Yeiko caminando por el bosque y recogiendo deliciosas flores para su amada cuando de pronto, de entre los frondosos arbustos que llenaban la zona, surgió Anrosa. El hada vestía un ligero y delicado vestido de hilo casi transparente y decorado con doradas gotas de polen. Ondeaba su largo cabello negro gracias a la suave brisa que atravesaba la naturaleza del lugar. Su cálido y oscuro cuerpo cabía perfectamente en su mano, pero las doradas alas de incesante aleteo sobresalían a ambos lados con enorme diferencia. Unas alas dignas de un ser tal.
-¿Qué deseas, joven Yeiko?
-Pues... ¡deseo que Melanie me corresponda! -dijo fuerte y contundentemente.
-Hecho.
Con expresión jubilosa dio media vuelta y lanzó a un lado todas las espléndidas y suaves flores que tanto le había costado coger. Corrió directamente a casa de la dulce y adorable muchacha de cabellos claros, al contrario de como indicaba su nombre, recorriendo su cuerpo un ardiente cosquilleo de alegría y complacencia, mientras que su alborotada risa le hacía ganar energía para ir más y más veloz.

Llegó a casa de Melanie y, antes de que tuviera el placer de llamar a la puerta, ella traspasó el umbral y se le abalanzó abrazando su robusto cuello y dejando que él rodeara su fina cintura con sus cálidas y sudorosas manos.
-¡Menos mal que has venido! ¡Te echaba tanto de menos!
Se fueron juntos la orilla, aquel extremo de pulcra y ligera arena que rozaba el mar. Se bañaron, despojados de sus ropajes, en las gélidas aguas de finales de otoño que por aquel entonces ocupaban el pequeño océano. Se amaban. Se correspondían.

Pasó el tiempo y aquel cuento de hadas no alcanzaba final alguno. Todo era perfecto, demasiado perfecto; algo fallaba. Se le ocurrió un día a Yeiko preguntar.
-Melanie, ¿qué es lo que más te gusta de mí?
La chiquilla quedó pensante un instante y respondió.
-Todo tu ser merece la pena -sonrió mecánicamente y prosiguió con la ardua tarea de amarlo apasionadamente.
Yeiko quedó meditante.

A finales de invierno, ya en el siguiente año, decidió volver al bosque y buscar a Anrosa. Se topó con ella exactamente en el mismo frondoso lugar de meses atrás.
-¿Qué deseas, joven Yeiko?
-¡Deshaz la maldición!
-¿Maldición? -sorpresa es lo único que emanaba de su místico y diminuto rostro-. ¿Qué maldición?
-¡Lo que hiciste! -sus ojos parecían querer humedecerse, pero la rabia de sus labios apretados calmaba aquella sed.
-Pero ella te ama, ¿no? Te corresponde...
-Pero sólo porque tu conjuro la obligó... No me ama en realidad... Deshazlo, por favor.
-Hecho.

En medio de la primavera de aquel año, Yeiko aún dedicaba su día a día a contemplar con parsimonia el angelical rostro de su enamorada y veía cómo ella no recordaba nada más que una fiel amistad entre ambos.
El hechizo se borró, en efecto, y con él... sus recuerdos.

Comenzado el mes de junio, dictaminó emplear su tiempo en conquistarla de forma limpia, sin hechizos, empezando como tenía pensado hacer en aquella época: entregándole un ramo de flores silvestres.
-Oh... Son preiosas, Yeiko. Muchas gracias.
Su sonrisa había dejado de estar robotizada y ahora parecía sincera de verdad.
Decidió pasar el tiempo y el joven empezó a verse cada vez más preparado para dar el primer paso hasta que, finalizado casi el mes, corazón en mano y más flores en la otra, se lanzó.
-Te amo.
Ella traspasó el umbral, como antaño, y se echó a su cuello dejando que él la abrazara. Fundieron sus rostros en uno solo durante un largo instante, un instante de aquellos que vale la pena inmortalizar. Volvieron a ir a la orilla de la pequeña playa que había cerca de sus hogares, redimiendo él viejos y tristes recuerdos y adquiriendo ella unos nuevos. Se bañaron como antiguamente en la ahora cálida agua veraniega.

Pasaron los días amándose y la duda y la curiosidad lo obligaron a preguntar de nuevo.
-Melanie...
-¿Sí?
-¿Qué es lo que más te gusta de mí?
-Todo tu ser merece la pena -dijo sin vacilar.
Yeiko caviló de nuevo y dejó de prestar atención al amor que ella le proporcionaba en ese momento.
Llegada el alba, regresó al bosque para enfrentarse al hada.
-¿Qué deseas, joven Yeiko?
-¡No deshiciste el hechizo! -clamó tremendamente enfurecido.
-Claro que lo deshice -decretó Anrosa de forma indignada.
-No lo hiciste...
-Lo hice -sentenció firmemente.
-Pero... La misma pregunta... La misma respuesta... -la confusión reinaba en su cabeza.
-Pero esta vez de corazón, joven Yeiko.
-¿Lo hiciste? ¿Deshiciste el hechizo?
-En efecto, lo hice.
-Y aun así el resultado es el mismo...
-Eso es porque todos los caminos conducen a Roma... e incluso al revés.
El hada sonrió.

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