martes, 11 de septiembre de 2012

Destino presuroso (III episodio)

Y tras una noche de amarga desesperación, de llantos incontrolados y de incansable odio hacia ellos mismos, pareció atisbarse una pequeña y brillante luz a través del nítido cristal de la pulcra ventana.

De repente, despertó de lo que parecía una horrible e interminable pesadilla.

No, no la había alcanzado todavía la mencionada triste y cargante Muerte y no, no se encontraba en medio de un frondoso y terrorífico bosque, sino en su cama, entre sus cálidas sábanas y sus esponjosos peluches de toda la vida.

Arrepentimiento. Esa era la clave de todo. Era lo que él sentía en aquel amanecer, lo que le haría saber que había experimentado durante toda aquella fría y oscura noche.  Era lo que ella sentía también, sin saber por qué, sin tener motivo.

El perdón bastaba. Ella lo amaba, claro, pero aun así no era suficiente. No estaba preparada para seguir como antes, como si nada hubiera pasado. Ahora no sabía cómo actuar, qué decir; pero lo amaba y nada más importaba en aquel instante.

Él conocía su inquietud y la comprendía a la perfección. No importaba. Él la amaba.

El problema de la distancia era no esforzarse en acercarse. Eso estaba claro. Y acabaron por animarse a intentar aproximarse poco a poco y no terminar de alejarse de forma definitiva. ¿Quién sabe qué saldría de todo aquello?

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