(Los episodios VII, VIII y IX no valen la pena).
Iban a ser tan felices... Pero el cruel y presuroso destino
quiso que dejaran a un lado ese magnífico sueño y vivieran, en de coordenadas,
climas y vegetaciones totalmente distintas, otra realidad. No, esta no sería
una realidad paralela; sino más bien la verdadera y cruda realidad.
Se oyó, en algún alejado lugar
que se hallaba más cerca de lo pensado, un «crac». Se borró su radiante sonrisa de
enamorada y se dibujó en su rostro un interminable llanto de lamento mezclado
con un poco de culpabilidad. Había terminado de leer su cuento de hadas y no le
había agradado, para nada, el final: le había sabido a poco.
Qué lástima y qué tormentoso todo
aquello. Desgana, pesadumbre, nostalgia, desazón. No sabía cómo describir
aquello que le rondaba por la cabeza.
¿Esfuerzo? Sería en vano. En
aquel momento, lo había perdido todo y no podía hacer nada para recuperarlo.
Solo recorrer y no dejar de recorrer kilómetros y más kilómetros. Imposible. Lo
siento. De verdad: lo siento.
Y ¿qué hay de sus hijos? ¿Y de su
perro, sin nombre por el momento? ¿Y de Salustio, claramente un gato más que
rollizo? ¿Dónde quedó su «hogar, dulce hogar»? ¿Quién sabe...? Se destruyó antes de tiempo, sí.
El techo se vino abajo y las paredes, junto con todo lo demás, se
derrumbaron... dejando su utópica felicidad entre los escombros.
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