viernes, 11 de enero de 2013

¿?

Queridísima amiga:

Llegué al final del libro.

«¿Nos conocemos?», se preguntaron; y vieron que sus rostros les eran conocidos, mas no alcanzaban a recordar por qué. Había pasado tanto tiempo desde la última vez... 

Quizá no se conocieran, quizá nunca llegaron a conocerse. No estaban seguras, pero era una posibilidad. Y si no, daba igual, pues decidieron contemplarse una última vez y hacer como si ambas fueran un par de desconocidaque se cruzan un día cualquiera y siguen cada una en una dirección sin percatarse siquiera de haber visto a nadie más. Decidieron tornarse unas completas extrañas.

Sin embargo, algo las hizo girarse para observar a esa extraña con la que habían compartido, sin querer, parte del camino. Costumbre, tal vez, de saludar a los vecinos por muy mal que te caigan con tal de que no chismorreen y digan que tú eres el maleducado. Y, mirándose fija y desconcertadamente a los ojos, los labios de ambas, al unísono, solo alcanzaron a decir: «¿Quién eres?».

Qué recuerdos. Cercanos, pero recuerdos, al fin y al cabo.

Ahora no sabemos quiénes somos con exactitud. No dejamos de sorprendernos, y no todas las sorpresas tienen que ser agradables... Ya no congeniamos, al parecer, como antes. Ya no vale la pena el esfuerzo. ¿Y qué haremos, entonces, sino degustar el amargo sabor de la despedida y disgregarnos?, ¿aparte, claro está, de olvidar esta realidad y crear otra distinta? Huiremos. Cada una hacia un lado. Tú con lo tuyo y yo con lo mío. Somos felices, pero cada una tiene una sonrisa distinta. Correremos sin voltear nuestros cuerpos para mirarnos a los ojos una última vez. Romperemos con todo y lo dejaremos atrás. No hay otra opción.
Me gusta llevar pantalones; tú, en cambio, prefieres vestir con falda.


Fdo.: Saá. 

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