miércoles, 23 de enero de 2013

Entre la «Odisea»

Apenas había partido en busca de su amadísima Ítaca el ingenioso Odiseo y Calipso, la de crespos cabellos, ya se hallaba desconsolada. Culpaba a Hermes de ser portador de malas noticias y maldecía a Zeus por no aprobar su felicidad. Había perdido otro posible futuro esposo, pero no había perdido su poder.

Con su dulcísima voz llamó a sus aves, que anidaban entre los álamos y los cipreses de su isla, escogió el gavilán más ágil y de más esbeltas alas y sedosas plumas y le encomendó una tarea.

—Vuela hacia donde la oscuridad penetra en la piel de los mortales nada más ver la luz del día, allí donde se encuentra en dura misión el Señor que sacude la tierra, y dile a éste que aquél que cegó a su gigantesco hijo navega de nuevo hacia su patria.

—¡No puedes retrasar el viaje de Odiseo! —replicó Hermes, que aún no se había ido por temor a que la ninfa no cumpliese su promesa de dejar partir al mortal que retenía.

—Sólo aviso a un buen amigo de la partida de otro, mensajero —dijo con una pícara sonrisa.

—Y ¿cómo, Calipso, conoces la historia de Polifemo? —prosiguió, provocador, el mensajero de los dioses—. Creía que únicamente te interesaba encontrar, o más bien secuestrar, el amor de los hombres apuestos que visitan tu isla.

—¡¿Cómo osas, oh, Hermes, insultarme de esta manera?! ¡Que viva en una isla, rodeada de naturaleza y solitaria, lejos de los eternos, no implica que no me interese por el exterior! Al igual que tampoco significa que no tenga mis métodos para informarme —lo miró con desdén—. Odiseo me deleitó antes que a nadie con sus maravillosos relatos.

—¡Porque lo llenaste de engaños y mentiras! ¡Lo retuviste en tu isla, lejos de todo lo demás, por tus caprichos!

—¡Le di amor!

Hermes, indignado y celoso por no ser él el que recibiera ese amor, calló y decidió partir en busca de Atenea, la de ojos claros, para advertirla de lo que había hecho Calipso. La diosa, claramente encandilada por Odiseo, respondió a Hermes que vigilaría de cerca y lo ayudaría en todo lo que pudiera.

Mientras tanto, Calipso tejía a la vez que entonaba hermosas melodías y esperaba paciente la llegada de su nívea ave, que había partido ya hacia la tierra oscura.

Poseidón, por su parte, surcaba los ríos etíopes y les enviaba tormentas para castigarlos porque, al parecer, se habían burlado de él. El dios de los océanos era un dios vengativo y difícil de parar; se dejaba llevar en seguida por su incontrolable ira, pero, afortunadamente para los mortales que suplicaban piedad, llegó a su destino el ave de la ninfa augustísima. El gavilán lanzó un grito agudo al aire y el inmortal, dejando a un lado sus severos castigos, se le acercó.

El garboso pájaro comunicó el mensaje a Poseidón y éste quedó perplejo. ¿Volvía a su hogar? ¿Después de cometer todas esas atrocidades?

—Si es deseo de Zeus que vuelva a casa, no puedo impedirlo; mas nada me impide que le mande uno de mis mejores presentes durante su regreso —sonrió con complicidad al ave—. ¡No puede llegar como un héroe a su hogar! ¡Como si no hubiera cometido injuria alguna! Ahora vuelve con tu ama y dale las gracias. Ya me encargaré yo de Odiseo.

El gavilán voló tan alto que se le perdió de vista al instante. Poseidón, entre tanto, miró a los suplicantes etíopes y les dijo:

—Ya os he hostigado bastante —dio media vuelta y se fue.

Por otro lado, Odiseo iba ya por su decimoséptima jornada de viaje, incapaz de saber que mañana se toparía con un dios enfurecido. Estaba cansado y apenas le quedaban víveres, pero tenía esperanzas de regresar pronto a su amada patria y ver a su esposa y a su ya crecido Telémaco. ¿Seguiría Penélope esperándolo? ¿Sería capaz de reconocer a su propio hijo? Deseaba que así fuera y que todos estuvieran orgullosos de él: valiente y vencedor, aunque sin hombres a los que guiar, ya que así lo había querido el caprichoso destino.

Al día siguiente, pudo Poseidón comprobar que era cierto: Odiseo navegaba cerca de Feacia. Lleno de ira, removió cielos y tierras y creó tormentas que lo hubieran ahogado de no ser por la ayuda de Atenea.

Calipso, enterada de la venganza del Señor que sacude la tierra, alivió su dolor e hizo grandes sacrificios con sus ovejas más hermosas para que el hombre que no acogió su sincero amor como ella hubo deseado sufriera aún más recordando el pasado y para que, ya en un futuro más lejano, se le recordara a él con sus deleitosas aventuras vistas, no como duros trabajos, sino como cuentos de una mente muy ingeniosa.

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