Cálido, suave; la abrazaba un frío y áspero recuerdo del más reciente pasado. Latían con fuerza sus corazones, se aceleraban sus respiraciones. Se amaban; se amaban incluso ahora (reñidos, doloridos, decepcionados...). Y el temor más temible que se podía temer volvía a aparecer en sus pensamientos: olvido, rechazo, suplantación... Y todo por no cerrar esa maldita ventana...
Bóreas envió, del norte y soplando con fuerza, un viento gélido que apagó todas las velas que habían encendido hasta su más oscura noche iluminándolos cálida y sobrecogedoramente. Ahora el calor marchaba... ¡y su corazón se congelaba! Y así estaría hasta quebrarse en mil pedazos imposibles de volver a encajar a la perfección...
Tanto tiempo pasaría... Incalculables eran las horas e incalculable su desesperación. Lo sentía; lo sentía fuertemente porque sabía que debía sentirlo. Pero no había perdón. Solo quedaba esperar que los minutos se tornaran tan rápidos como los segundos y estos segundos tan eficientes como los primeros.
Dos años... ¡o más!
Años que pasaría desgarrando su alma hasta quedar tan inservible como ahora su corazón...
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