En muchas ocasiones da igual adónde vayas, da igual qué hagas, siempre y cuando estés con esa persona que tanto te importa. No es necesario ir muy lejos, o hacer deportes de riesgo para que te suba la adrenalina, o hacer cosas superinteresantes y muy poco comunes que después puedas contar a todo el mundo de manera efusiva para que te envidie.
A mí me gusta andar, pasear por el parque, caminar horas y horas sin rumbo alguno y, de repente y sin meditarlo dos veces, subir a un autobús cualquiera y bajar a los veinte minutos de recorrido. Y luego de esto me gusta seguir andando, perderme, evadirme de todo, evadirme del mundo.
También me gusta hacer nada, quedarme quieta sentada en un banco con la mirada fija en el lejano horizonte; observar cómo los niños juegan y se ríen al salir del cole; ver lo rápidas que van algunas personas, con el ceño fruncido y los puños apretados; toparme con algún joven despitstado que va escuchando música a todo volumen...
Pero lo que más me apasiona es perderme en esos sensuales y carnosos labios que tanto me atraen; no hablo ya de besarlos, sino de observarlos, mirarlos con detenimiento mientras me los imagino rozando dulcemente mi cuello. Y después me gusta alzar suavemente la mirada y ver que esos increíbles ojos castaños estan mirándome sin parpadear, advertir en ellos ese pequeño destello que revela que él está pensando lo mismo que yo. Me encanta lanzarle espontáneamente una sonrisa y saber que me la devuelve. Adoro pasar horas y horas a su lado, sentados, sin hacer nada, abrazándonos, amándonos...
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