jueves, 17 de abril de 2014

Café de madrugada

La puerta cerrada, la luz apagada, las persianas bajadas, silencio absoluto y una sonrisa en la cara. Le gustaba contemplarla mientras dormía: tan tranquila, tan dulce, tan guapa. Al fin respiraba de manera relajada, al fin descansaba de tanto ajetreo. Le encantaba verla así: sin problemas, sin estar nerviosa, una mujer soñadora y feliz.

Dormía de lado, mirando hacia él, con las rodillas ligeramente dobladas y ambos brazos bajo la almohada. Sobre esa hora nunca llevaba pijama, y algunos días, como ese, tampoco llevaba sostén; se desnudaba en mitad de la noche sin darse cuenta de nada, dormida, soñando quizá. Sus pies estaban cubiertos por las finas sábanas azules primaverales, pero el resto de su cuerpo estaba totalmente al descubierto; hacía calor en la habitación.

Le gustaba toda ella: su pálida y suave piel, sus largos y finos cabellos dorados, sus enormes ojos verdes, su fina cintura, sus poco pronunciadas caderas, sus firmes muslos, sus delgados brazos, la obscura peca de su espalda y hasta la rotura de sus palas que se hizo de pequeña cuando cayó al suelo mientras bailaba su canción favorita. Solo había una única cosa en el mundo que lo hiciera más feliz que observarla en silencio: madrugar.

Se levantaba media hora antes que ella para prepararle ese desayuno que tanto le gustaba. Se levantaba aun cuando la única que debía madrugar por obligación era ella. Se levantaba para preparar café, pegarle un pequeño sorbo para comprobar su textura y sabor, adelantarse al despertador y despertar a su amada, darle los buenos días, decirle lo guapa que estaba, acompañarla a la puerta y darle un beso antes de que partiera. Se levantaba y, cuando ella ya se había ido a trabajar, se volvía a acostar.

Ahora a quien le tocaba soñar era a él. Y soñaba con ella, con lo que acababa de ocurrir; pues ningún sueño, por hermoso que fuera, podía superar la realidad en la que vivía. Soñaba con que se amaban, con que la contemplaba dormir y con que degustaban café juntos de buena mañana. Y soñaba también con que a ella le encantaba su café.

No obstante, ella prefería sus besos al café. Esa ardiente taza que la esperaba todos los días a las seis de la mañana le parecía aún demasiado fría en comparación con los apasionados besos de sus labios mojados aún de café recién hecho que la despertaban un minuto antes de que sonara el despertador.

No hay comentarios:

Publicar un comentario