He intentado no escribirte, no enviarte un mensaje con cada cosa que hago, con cada cosa que pienso, con cada cosa que me dicen, con cada cosa que sueño. He intentado no sentir ese impulso que me obliga a narrarte minuto a minuto mi vida, pero me ha resultado imposible; así que he intentado ignorar dicho impulso, pero me ha resultado aún más imposible.
Cada cosa
que hago la hago por ti, para que lleguemos algún día a estar juntos, por mi fe
irracional en el destino. Con cada pensamiento que me viene a la mente, me
viene también a la cabeza lo mucho que te quiero, lo mucho que podrías
quererme, lo mucho que nos querremos quizá algún día no muy lejano. Cada cosa
que me dicen me hace pensar en seguida en tu perfecta sonrisa, en tus
brillantes ojos, en tus cálidos mofletes, en tu suave cabello, en tus fuertes
brazos, en tu jugoso pecho, en tus dulces muslos, en tu atractivo trasero. En
cada sueño que tengo sales tú, aunque solo sea al principio para dormirme,
aunque solo sea al final para despertarme, aunque solo sea en mitad del sueño
en forma de suspiro. Y tengo la necesidad de decírtelo.
También he
intentado (al ver que no podía decidir no escribirte) olvidarme de escribir
(como si de repente no supiera hacerlo), pero mis manos se han encargado de
aprender para hacerlo ellas solas por mí. Y ahora te escribo sin pensar, de
manera instintiva, por pura costumbre, puro hábito.
He intentado
no escribirte más, en serio, para que no me acuses de pesada y obsesiva, para
que no salgas corriendo asustado y decidas no volver. He intentado no ser un
todo contigo, no considerarte parte de mí, pero incluso ahora, que estoy
escribiendo para mí, te estoy escribiendo a ti.
No hay comentarios:
Publicar un comentario