Supongo que pensaba que al final
no iba a pasar nada y por eso fue. Por eso y porque estaba deseosa de que
ocurriera algo, claro.
No estaba muy acostumbrada a
ello, pero esa noche se puso un vestido bastante ceñido al cuerpo, no muy corto
(unos cinco centímetros por encima de las rodillas) y con un escote redondeado
bastante discreto. Los tirantes eran gruesos, así que no se notaba la llamativa
diferencia de color con los del sujetador (azul eléctrico y verde manzana). Los
zapatos, a los que tampoco estaba muy habituada, hacían juego con el vestido; bueno,
en realidad combinaban con casi cualquier cosa (el negro le va a todo, sobre todo
en unos zapatos de punta ligeramente redondeada y un tacón un poco grueso de
unos tres centímetros de alto).
Había intentado plancharse el
pelo; pero, como nunca conseguía alisárselo bien del todo, al final se había
decantado por recogérselo con un moño sencillo (de estos que se sujetan con un
par de horquillas). También había intentado maquillarse; pero, a pesar de
pasarse horas y horas mirando tutoriales en Internet, al final tan solo se
pintó de rosa claro los labios (un rosa que, por cierto, combinaba muy bien con
el azul del vestido).
La pobre se estaba agobiando y su
cita no aparecía. Se estaba poniendo muy nerviosa y empezaba a tener
calor por
culpa de las medias color carne, claras y sin brillo, que se había
puesto (se
había inventado, ya hacía muchísimo tiempo, no sé qué historia de que
sus
piernas no eran bonitas, o algo así). Y mietras se torturaba a sí misma
pensando que le habrían dado plantón, oyó el feroz rugido de
un coche y, entrecerrando los ojos e inclinando ligeramente su cuerpo
hacia
delante con la mandíbula apretada, lo vio aproximarse hacia donde ella
se
encontraba. Parecía un coche negro; pero, entre que era de noche y que
la única
luz artificial que llegaba al pequeño descampado era la de las farolas
del
puente que había sobre ellos, ¿quién sabe si en realidad era amarillo?
Se paró el motor y se creó un
silencio incómodo (al menos para la joven) que duró unos veinte segundos en el mundo real
y unos veinte lustros en su mundo interior y en el que absolutamente nadie salió del coche
y absolutamente nadie hizo ningún ruido.
Tragó saliva nerviosa y al fin
vio cómo alguien abría una de las puertas. No lo veía muy bien por culpa de la
falta de luz, pero apreciaba que era alto y muy apuesto. Lo que sí vio es que
su cita misteriosa también había acudido bastante discreta: con un traje
austero hecho a medida y de color negro y unos zapatos del mismo tono. No
llevaba corbata, lo cual le resultó extraño, ya que se lo imaginaba con
corbata; pero de esta manera ella estaba más tranquila, porque los hombres con
corbata la atormentaban mucho. Aun así, la estaba poniendo realmente nerviosa:
ahí plantado, al lado del coche, mirándola fijamente, serio, pensativo,
como observa el comprador la mercancía atentamente para decidir si vale o no la
pena comprar. Y para colmo estaba el chófer (con corbata, este sí), que también
la miraba fijamente desde dentro del vehículo.
Comenzó a entrarle un poco de
frío; así que se quitó un momento el bolso, negro como el carbón, y lo sujetó
con las rodillas; cogió la chaqueta también negra que tenía apoyada a su lado
derecho y se la puso, dejando así ver el maletín marrón que había portado
consigo y que guardaba con mucho recelo.
Su misterioso hombre trajeado y
sin corbata comenzó a acercársele con pasos cortos y pausados, como si quisiera
dramatizar aún más su llegada, como sacado de un culebrón sudamericano. Y la pobre se estaba
poniendo más nerviosa si cabe; y no sabía si gritar y huir corriendo o reírse
de él. Pero no quería que se hiciera una idea equivocada y pensara que ya no
quería hablar con él (no, no era exactamente así: sí quería que se hiciera una
idea equivocada, pero para que creyera que aún quería hablar con él). Lo cierto es que tanto tiempo a
la sombra, sin que nadie se fijara en ella para absolutamente nada, le habían
pasado factura y ahora, claro, estaba totalmente desesperada; hasta el punto de
quedar con un completo desconocido del cual solo sabía su nombre de usuario en
el chat en el que lo había conocido por casualidad: ui743m3rk470r_XXI.
Pero esta era su gran oportunidad, al fin
el mundo entero contemplaría a la verdadera Marga. Las mujeres la adorarían por su tremendo
éxito y soñarían deseosas ser como ella. Los hombres intentarían en vano huir de sus
encantos para procurar difícilmente seguir siendo fieles a sus esposas. Los niños tendrían
prohibido acercarse a ella y
la mirarían con terror, curiosidad y admiracón al mismo tiempo. Sería
como una deidad femenina. Una mezcla entre Atenea, Hera y Afrodita.
Sería alguien.
Y mientras seguía alucinando y
emocionándose ella sola, el chico llegó hasta donde estaba y, con un dulcísimo
«hola», la sobresaltó. Era aún más guapo de lo que había imaginado. Tenía unos
ojos verde esmeralda que brillaban mucho, unos cabellos no muy cortos rubios
como el oro, una piel muy clara y de aspecto suave y una encantadora sonrisa
muy jovial. Desde luego, a la muchacha no le habría importado en absoluto que
la sorprendiera babeando por él, pero tenía que guardar la compostura (o
sacarla, más bien, para que él la viera, no sé).
Se produjo otro silencio incómodo
(este más breve que el anterior, pero más aterrador). Marga prefería seguir
soñando, pero no podía ser.
–Tienes algo para mí –se dignó decir al fin para romper el silencio.
–Tú también.
Se miraron entonces como se miran el
chico y la chica protagonistas de las comedias románticas de adolescentes
estadounidenses: con los ojos enteramente brillantes, a cámara lenta y con una
enorme sonrisa en la cara. También, como en las películas, miraron a la vez hacia
el mismo lado sin dejar de sonreír y volvieron a mirarse para acabar con una
pequeña y adorable carcajada al unísono que no parecía tener fin.
Pero tuvo fin, ya que debía tener fin
si querían seguir con aquello. Ellos habían quedado para algo. ui743m3rk470r_XXI
y ainid_1UP tenían aún un asunto pendiente. Tenían aún un trato que cumplir.
Se presentó como Partcorpor (nombre
extranjero, seguramente falso, cuya te y segunda erre no se pronunciaban y cuya
acentuación era esdrújula: /párkopor/). Hablaron acerca de lo poco que les
gustaba andar por la calle escuchando música con los auriculares puestos, lo mucho que
les desagradaba el helado de vainilla con virutas de chocolate y el asco que le tenían al color morado.
Comprobaron en seguida lo bien que encajaban y comprendieron por qué habían
acabado los dos allí. Juntos. Conectando.
Mientras tanto, el chófer seguía
mirando; y el chico se acordó de que le había prometido no demorarse mucho (el
conductor, como parece ser normal, también tenía un hogar y una familia a la que
visitar muy de vez en cuando). Así que tosió un par de veces para quitarse ese
picor que probablemente no le había entrado en la garganta y le dio a Marga el maletín negro que
había traído consigo. Ella, con los nervios otra vez en el cuerpo, hizo lo
propio y se sonrieron, esta vez secamente, una última vez.
Partcorpor abrió el maletín para contar
el dinero, dio media vuelta y fue directo al coche; no sin antes, claro está,
darle una tarjeta a la joven y pedirle, amable pero seriamente, que no
volviera jamás a ponerse en contacto con él.
Después de ver el coche alejarse,
subió hasta el puente y fue en dirección norte hasta llegar a la primera parada
de autobuses que encontró (justo enfrente de en la que se había apeado horas
atrás). Como era muy tarde, no había nadie en la calle, al igual que había muy
poco tráfico y pasaban muy pocos autobuses; así que leyó la tarjeta y vio escrito el nombre y el número de contacto de
una clínica clandestina y, muy posiblemente, de pago, en la que hacían las operaciones
que las otras clínicas no hacían. Seguidamente abrió por fin el maletín y comprobó
que ahí dentro se encontraba su pedido; aquello por lo que muchas mujeres la
envidiarían porque también querrían tenerlo; aquello cuya resistencia al dolor
por ser utilizado muchos hombres se sentirían tentados a probar; aquello por lo
que los niños tendrían pesadillas por culpa de los padres sobreprotectores. Vio
su nuevo corazón: un corazón latente más duro que el diamante y totalmente
irrompible. Un corazón que la haría no sentir dolor jamás de los jamases, ya
fuera por falta de amor, de amistad, o problemas de salud física como los
cardiorrespiratorios.
Sacó su móvil del bolso y llamó al número de la tarjeta.
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