Tan
ardiente, tan fuerte, tan amargo, tan bien colocado en su taza (en sus
dos tazas). La forma que tenía de observar detenidamente mi piel desnuda
examinando cada lunar, admirando ambas clavículas, recorriendo cada
curva de mi cuerpo. Su mirada devorándome sin miramientos,
transmitiéndome su fuego, su furia, su pasión por la vida (mi vida).
El
café de sus ojos a las siete de la mañana contemplando mi desnudez
desde el otro lado de la cama era la única taza capaz de despertarme.
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