lunes, 7 de julio de 2014

El café era lo único que me mantenía despierta.

Tan ardiente, tan fuerte, tan amargo, tan bien colocado en su taza (en sus dos tazas). La forma que tenía de observar detenidamente mi piel desnuda examinando cada lunar, admirando ambas clavículas, recorriendo cada curva de mi cuerpo. Su mirada devorándome sin miramientos, transmitiéndome su fuego, su furia, su pasión por la vida (mi vida).
 
El café de sus ojos a las siete de la mañana contemplando mi desnudez desde el otro lado de la cama era la única taza capaz de despertarme.

No hay comentarios:

Publicar un comentario