sábado, 26 de julio de 2014

Yo ya escribí sobre Venecia mucho antes de pisarla

- El DNI;
- el SIP;
- la tarjeta de crédito;
- dinero en efectivo;
- el móvil;
- el arreglo de las lentillas;
- las gafas en su funda;
- calzado cómodo;
- ropa interior suficiente;
- un par de pantalones cortos;
- unos vaqueros largos;
- cuatro camisetas;
- una chaquetilla por si refresca;
- un pijama sin estrenar;
- un peine;
- un cepillo;
- el cepillo de dientes;
- la pasta de dientes;
- un paraguas por si las moscas;
- crucigramas;
- bolígrafos;
- y una libreta con unas cuantas páginas en blanco.


Veréis:
Por aquel entonces yo aún no sabía diferenciar el amor de un simple dolor de barriga, pero le había dedicado tantos poemas que cada vez sentía más malestar.
Había escrito acerca de los largos paseos en góndola mientras apoyaba mi cabeza sobre su hombro; de la voz tan grave del gondolero a la hora de inundarnos con canciones románticas; de lo corto que se me hacía el recorrido cuando me lo pasaba mirándolo a esos ojos marinos; de la rabia fingida cuando me mojaba con el agua de los canales.
Nos había dibujado al atardecer cogidos de la mano sobre el Ponte di Rialto; contemplando nuestros rostros anaranjados a causa de la luz del sol mientras ignorábamos los empujones de los miles de turistas que pasaban por ahí; mordiéndonos el labio inferior para contener en vano un beso que ni Gustav Klimt hubiera sabido plasmar.
E incluso había tarareado las sales de baño en una bañera llena de agua, espuma y dos cuerpos desnudos; le había puesto ritmo a las vistas que tenía el hotel en el que nos alojábamos; había rimado sobre las latas de refrescos caducados de la nevera y sobre las películas que veíamos en italiano sin conocer el idioma; y como estribillo había colocado la esponjosa almohada en la que colocaba su cabeza de pelo negro azabache, las sábanas granates retiradas a una esquina de la cama, nuestra ropa arrugada y perdida por toda la habitación, nuestros cuerpos encajados como un puzle fácil de resolver...
piel con piel el uno encima del otro...
                           sus manos subiendo a través de mis muslos...
                                                            mis labios bajando a través de su pecho...
el cartel de «No molestar»…

Por aquel entonces yo aún no sabía diferenciar el amor de un simple dolor de barriga, pero ya había hecho la maleta para irme con él.

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