Nosotros nos sentábamos a mirarnos sin decir palabra y
sólo abríamos la boca para robarnos la saliva y robarle el dióxido de
carbono a la capa de ozono. No sólo nos mirábamos a los ojos (de los
colores del otoño, la vivacidad del verano y la tristeza de la primavera
[el invierno no nos gustaba]), sino que también nos observábamos las
grietas y las hinchazones de los labios, los temblores y sudores de las
manos, la piel de gallina, los rápidos movimientos del pecho yendo
arriba y abajo.
Nosotros nos sentábamos a mirarnos
sin hacer ruido y sólo hacíamos movimientos bruscos cuando nos
respirábamos. Pero no sólo cuando nos convertíamos en el oxígeno del
otro, sino también al abrazarnos.
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