domingo, 19 de octubre de 2014

Hay una mujer joven de unos veinte años, sentada en frente de un ordenador portátil que pide que le presten atención. Pero la mujer joven de unos veinte años sólo mira su libreta roja de cuadros y su bolígrafo naranja de tinta azul. Los mira fijamente, como esperando tener poderes telequinésicos y hacer que se muevan solos.
 
Los brazos pegados al cuerpo. Las manos sobre su regazo, paralelas a la superficie de la mesa, perpendiculares al respaldo de la silla. Espalda recta y mirada fija. Sonrisa en horizontal, ligeramente curvada hacia arriba. Mandíbula apretada (esto no se ve, pero se deduce).
 
Probablemente piensa en algo. En alguien. Probablemente piensa en escribirle algo a alguien, pero no se atreve, no sabe cómo empezar.
 
«Puedes empezar por el principio», se dice. «¡Qué tontería!», se dice. «¿Qué principio?», se pregunta. «A saber...», se responde en voz alta. Y mira automáticamente al frente, para asegurarse de que sigue sola, de que nadie la ha oído pensar. Y piensa, probablemente, lo extraño que sería estar ahí, frente a ella, observándola detenidamente y describiéndola con un bolígrafo naranja de tinta azul sobre una libreta roja de cuadros, escribiendo acerca de una mujer joven de unos veinte años que, al contrario que ella, no encuentra nada de lo que escribir.

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