Hay una niña en una foto. Ojos cansados, cabeza
ligeramente inclinada a su derecha, amplia sonrisa. Lleva el pelo
recogido y no usa pendientes, pero sí un collar muy fino de perlas
blancas.
Lleva un vestido que no es suyo y que le
viene un poco grande, pero posa relajada en el balcón de la casa de su
abuelo materno, dejando a su derecha la puerta cerrada de éste, en cuyo
cristal se ve perfectamente reflejada.
Piensa (y
esto lo sé con total certeza) en el día tan bonito que hace, en lo bien
que se lo está pasando, en lo feliz que es, en que es sábado y no tiene
que ir al colegio, en que de mayor será modelo y se le dará muy bien su
trabajo y será feliz con su marido y sus hijos.
No
piensa (y esto también lo sé con total certeza) en aquella que estará,
una década más tarde, admirando su sonrisa con lágrimas en los ojos y
sin poder creer con total certeza aquello que pensaba la niña al posar
para alguien que no fuera su soledad.
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