Me gusta. Caminar con la
mirada perdida, labios sellados en horizontal, puños apretados, arrastrando los
pies sobre la acera. La acera está llena de recuerdos perdidos que ya no
tienen dueño, que han olvidado a su dueño, que han sido olvidados por sus
dueños. Sin sueños. Sin ganas de vivir. Sin vida.
Me gusta mucho. Apretar los
dientes aún con los labios sellados, tropezarme con los miles de
recuerdos de la acera, no pensar en nada, pensar en todo. Un envoltorio
de chicle, un folleto
arrugado que habla sobre Dios, un anillo, una cartera vacía. Vacía. Como
yo.
Me gusta más de lo normal.
Andar deprisa y sin prisa, saltarme los semáforos en rojo, perder el autobús,
chocarme con las demás personas. ¡Cómo odio a las demás personas! Sonrisas por
todas partes, pasos seguros, ruido, brillo, color.
Me gusta como si me fuera la
vida en ello. Contener una lágrima, dos lágrimas, tres lágrimas, un llanto, un
grito, un suspiro, una caída, un escalofrío, un terremoto, un tsunami, una
tormenta.
Me gusta como si tuviera
infinitas opciones por elegir y lo escogiera a él sin pensármelo dos veces. Me
gusta como si fuera lo suficientemente fácil como para poder resolverlo y lo
suficientemente difícil como para tener ese encanto que tanto atrae. Me atrae.
Me atrae como el imán atrae a los metales. Me atrae como el queso a los
ratones. Como la cocaína al drogadicto. Me engancha. Me engancha y me consume.
Me consume como te consume algo que te gusta y no puedes tener. Sabes que no
puedes tener, pero te gusta.
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