Hace un frío descomunal. Lo que
ya no sé es si lo hace fuera en la calle porque es casi invierno o dentro de su
cuerpo. También llueve, pero tampoco sabría ubicar dónde exactamente.
Probablemente él ni sienta frío ni se esté mojando, así que sería de suponer
que sólo ocurre en su cuerpo, que su corazón está bajo cero y que sus ojos son
nubarrones.
Mientras ella escribe sintiendo
la lluvia anegar su rostro, él habla con el amor de su vida, que aún no sé
quién es, pero que ya la envidio como jamás he envidiado a nadie en la vida.
Ella que es capaz de hacerlo feliz.
Que con sólo
una mirada es capaz de saber qué piensa y que no piensa en otra cosa sino en
ella.
Que tiene el
privilegio de poder abrazarlo todos los días.
Ella qué se siente amada. Que es amada.
Ella que será feliz por el resto de sus días junto a él.
Que disfrutará
de su calidad compañía todos los días del año de todos los años que lleguen a
partir de ahora.
Que no se
separará de él jamás de los jamases.
Que ya conoce
el compás de sus latidos y que ya se sabe de memoria el vals que lo acompaña.
Ella que respira a su lado.
Ella que respira su aire.
Ella que lo respira cada segundo que pasa.
Ella.
¡Qué envidia!
Ella que no es ella ni soy yo, sino ella.
Ella que nos ha arrebatado
a M. Ella que se lo ha ganado a pulso. Ella que ha sabido estar con él.
Ella que me ha matado sin conocerme.
Ella que ha instigado mi suicidio.
Ella que no soy yo.
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